--Diez años sin José Antonio Labordeta. ¿Cómo recuerda esos días de duelo personal y colectivo?

--Recuerdo aquellos días como si hubieran sucedido la semana pasada. Indudablemente el dolor se apacigua, pero los momentos quedan. Me viene continuamente a la memoria la despedida de José Antonio con su amigo del alma, Eloy (Fernández Clemente), cuando lo sacaban de casa en la camilla camino del hospital para no volver más. Cómo se despidieron con la mano, dándose el adiós definitivo. Los tres últimos días en el Miguel Servet fueron francamente duros. Sabíamos que era el final, pero me gusta recordarlo con serenidad.

--Esos días, la gente salió a la calle y manifestó su cariño como muy pocas veces se ha visto en Aragón.

--Murió a la una menos cuarto de la madrugada del sábado al domingo. Después de hacer los trámites oportunos volvía a mi casa muy afectada. Eran las dos de la mañana y al enfilar Gran Vía con el taxi que nos llevaba a casa empecé a oír el Canto a la libertad por todos los lados. Pensaba que me estaba volviendo loca, porque su voz salía por todas las callejuelas y los bares. Veía mucha gente porque aún era una noche de temperatura agradable en Zaragoza. Llegué a mi casa y en los patios interiores también oía sus canciones. Pensé que era una ensoñación mía, pero no lo era. Me sentí muy acompañada en el dolor. Es difícil explicar las sensaciones en la capilla ardiente, cuando salí al patio de armas de la Aljafería y vi tantas filas de gente y tantos centros de flores. Me quedé anodadada. Pero el colmo fue cuando por la noche nos dijeron que la gente no se iba y nos preguntaron a la familia si saldríamos a agradecer tanto cariño. Aquello no se puede explicar, hay que vivirlo. Eran riadas de gente. (Juana se emociona). Pero aún hay otro momento impresionante que mucha gente no vio: cuando el furgón con los restos se iba al cementerio, un grupo numeroso de personas no le dejaba pasar. No querían que se fuera. Fue impresionante.

--¿Cómo definiría a Labordeta?

--Si tuviera que describirlo, usaría su canción Ya ves. Lo define perfectamente, fue un hombre sin más. Me gustaría que así se le recordara. Era un hombre sin más, un lobo cansino, un verano ido. Para mí no era el hombre popular, nunca lo sentí así hasta que murió. Para mí era mi marido, mi compañero desde los 19 años, el amor de mi vida y el padre de mis hijas. Un hombre normal que nunca mitificamos en casa.

--¿Qué queda de su legado 10 años después de su muerte?

--Así lo seguimos viendo en casa y así me gustaría que continuara, pero me gustaría que viviera en generaciones posteriores. Se dedicó plenamente a Aragón con mucho entusiasmo y se dejó gran parte de su vida por esta tierra. Ha dejado también poesías preciosas, canciones inolvidables, trabajó en la política, que tal vez fue la etapa más dura... El legado de José Antonio es hermoso. Fue un hombre profundamente generoso con todo el mundo.

Labordeta con una trompetilla de pregonero en la Expo. Foto: Rogelio Allepuz.

--Precisamente, la fundación que usted preside se encarga de preservar ese legado.. ¿Se siente lo suficientemente respaldada?

--Soy muy agradecida. Cualquier cosa me parece suficiente y casi todo me parece excesivo. Nos cedieron un espacio para ubicar la fundación (situada en la calle Latassa de Zaragoza) en el que me encuentro bien. Nos dan unos recursos para todas las publicaciones y proyectos que hacemos. Administramos de forma muy estricta hasta el último euro, y si hay que poner algo de dinero lo ponemos de nuestro bolsillo. No puedo hablar mal de nadie. Sí que a veces sales de alguna institución, sobre todo privada, un poco baja, porque ves que nadan en la abundancia y a veces escatiman cantidades mínimas para la cultura. Te duele, pero estoy agradecida a todo el mundo, y sobre todo a los amigos de la fundación.

--Precisamente, los amigos de la fundación son una parte importante de la misma. Quien quiera puede hacerse en www.fundacionjoseantoniolabordeta.org, ¿verdad?

--No hay muchos, esa es la verdad. Pensábamos al principio que mucha más gente apoyaría con sus aportaciones, fueran las que fueran. Pero los que están son tan de verdad y están tan implicados que se lo agradezco mucho a todos.

Labordeta junto a dos de sus nietos. Foto: Chus Marchador.

--En diez años, la fundación ha organizado muchas actividades, y están preparando con Gaizka Urresti un documental cuyo rodaje se ha interrumpido por la pandemia pero que está muy avanzado. ¿Destacaría alguna actividad?

--Cada año hacemos un gran concierto en el parque que este año no se puede hacer porque bajo mi responsabilidad no se va a organizar nada que pueda suponer un riesgo para la salud. También entregamos anualmente unos premios que en palabras de la actriz María José Moreno es el acto cultural más bonito que se organiza en Zaragoza a lo largo del año. Ha habido muchas presentaciones, congresos, publicaciones de libros y discos, cómics, talleres para niños... Ahora EL PERIÓDICO editará en un libro los artículos que escribió en este medio... El documental está paralizado por la pandemia pero estamos echando el resto. Por lo que he visto, es un recorrido a la historia de España e incluso de Europa o el mundo. Porque José Antonio no solo se preocupó por Aragón. Creo que el documental va a ser muy interesante.

--Dos ciudades le marcaron. ¿Qué importancia tienen en su obra y su vida Zaragoza y Teruel?

--Alguna vez he dicho que Zaragoza fue su compañera fiel, el Pirineo su novia y Teruel su amante. Eligió Teruel porque estaba de director del instituto Eduardo Valdivia, el cuentista aragonés. Le animó a que pidiera ese instituto, porque él realmente tenía opciones de ir a la Seu d’Urgell, donde había hecho la mili y le gustaba mucho. Estoy segura de que si no aparece Valdivia habría ido a la Seu y la historia habría sido distinta. Teruel le marcó, sin duda.

Labordeta leyendo EL PERIÓDICO DE ARAGÓN. Foto: Chus Marchador.

--¿Piensa en cómo vería él la política actual?

--Lo pienso muchas veces, pero no sé lo que pensaría él. Solo sé que siempre fue fiel a sí mismo y honrado. Nunca dio bandazos. No todos pueden decir lo mismo. No entro en si tenía razón o no en sus argumentos, pero tuvo una fidelidad absoluta a lo que pensaba.

--Rompió moldes y fue precursor de un modo de hacer política. ¿Cree que tendría cabida ahora?

--Si repasas los diarios de sesiones, son todos muy parecidos en el lenguaje. Son como lecciones aprendidas. José Antonio era todo lo contrario. Hablaba como si estuviera en el comedor de su casa. Hay una anécdota que me gusta recordar. Rubalcaba, al que he querido mucho, siempre me decía lo mismo: José Antonio era especial. Cuando teníamos reuniones con un tiempo concreto, el llegaba, decía todo lo que tenía que decir sin rodeos y nos sobraba la mitad de tiempo para hablar de otras cosas. Era así. No se andaba con bobadas ni florilegios.

--Como él se denominaba, un beduino en el Congreso...

--Es el beduino, sin duda. He escrito que me pregunto por qué elige ese pueblo. Si por su amor a los Monegros o porque es un pueblo que ama a la poesía. O quizá por las dos cosas. Lo pasó mal en esa etapa, aunque también hizo grandes amigos. Eso sí, se secó. En esos ocho años no escribió ni una línea.

Labordeta

--El ‘Canto a la libertad’ se propuso como himno de Aragón. ¿Qué le parece que no prosperara la iniciativa?

--No entro en eso. A mí lo que me gusta es el anonimato, salir a la calle y perderme por la ciudad. A José Antonio tampoco le preocupaba eso. Si ya hay un himno, a mí me parecería que quitarlo sería hacer un feo a gente que lo compuso. Yo estoy encantada cuando veo que la gente lo canta y lo hace suyo, al igual que el Ya ves o el Somos, esa primera persona del plural que tanto le gustaba usar a José Antonio.

--Es inevitable acordarse de Joaquín Carbonell, recientemente fallecido por covid.

--Mucho, mucho. Lo recuerdo muchísimo. Este verano he estado fuera y he seguido su evolución. Estaba muy preocupada, tenía un presentimiento continuo. Mis hijas me tranquilizaban y los últimos días me ocultaron un poco su estado real. Cuando murió no me lo dijeron, pero lo vi en la televisión y me derrumbé. A Joaquín lo quiero. Empezó siendo un alumno que venía del pueblo, de Alloza, y era muy gracioso. Desde muy joven tenía inquietudes culturales, musicales y teatrales. Era un chico especial. Al final de la vida volvieron a unirse mucho, con el trío Vayatrés de Labordeta, Eduardo Paz y él. Se lo agradecí mucho porque a José Antonio le elevaba el ánimo en su última etapa. Eran unos gansos, se llevaban estupendamente y alegró la última etapa de José Antonio. A partir del pregón de Zaragoza en octubre del 2009, José Antonio cayó muy malito y ya apenas salió de casa. Joaquín venía siempre por la mañana, le traía tortas o magdalenas del horno de su hermano y nunca lo olvidaré.

--Una de sus virtudes es que siempre conectó con generaciones más jóvenes.

Sí, siempre fue muy generoso. Se lo pasaba muy bien con ellos, creo que porque eran más divertidos que los de nuestra generación

Paz, Labordeta y Carbonell durante el concierto de la Bullonera en las Fiestas del Pilar.