Cuando el presidente del PP, Pablo Casado, vino a Zaragoza el 14 de marzo, tenía en sus previsiones la firma de una jugada maestra para su partido: firmar un pacto con el PAR para integrarlo en las candidaturas a las elecciones generales. Días antes, recibió el plantón de los aragonesistas a pesar de que el acuerdo con Arturo Aliaga era total. Un acuerdo calificado por dirigentes del propio PP como «excesivamente generoso» y que, sin embargo, se truncó cuando Aliaga elevó la propuesta a la dirección de su partido. Y ahí recibió una rotunda negativa de parte de su ejecutiva, con el peso suficiente como para descartar su propuesta. Algunas fuentes consideran que hubo quien cambió a última hora de parecer sorprendiendo al propio Aliaga.

Uno de quienes se mostraron inflexibles al acuerdo fue Joaquín Serrano, número dos del partido, que compartía la idea -ampliamente extendida también entre la militancia- de que un acuerdo con los populares supondría la liquidación del PAR tras 40 años con un papel decisivo en la conformación de acuerdos de Gobierno en Aragón. Finalmente, horas de debate acabaron con un acuerdo que no se votó pero que contó con el beneplácito definitivo de la ejecutiva de los aragonesistas: el PAR no se presentaría a las generales y no aceptaría la oferta del PP.

Una tensa reunión en el PAR acabó rompiendo el acuerdo al que había llegado Arturo Aliaga con Pablo Casado.

Por eso, Casado aprovechó las calabazas del PAR para venir igualmente a Zaragoza y agradecerle que no se presentara, evitando así la fragmentación del voto conservador en Aragón. El rechazo del PAR fue lamentado por los populares, pero les sirvió de enganche para apelar al voto útil y a otras fuerzas con escasas opciones de representación a que imiten al PAR y no se presenten para que el PP pueda sumar en aquellas provincias de menos de siete diputados y no puedan perder escaños.

De hecho, los populares consideran que la irrupción de Vox y la fragmentación del voto conservador beneficia electoralmente al PSOE hasta el extremo de que una treintena de escaños pueden estar en juego. Treinta o cuarenta escaños que puede perder el PP y una cifra similar que puede ganar el PSOE. Los cálculos más realistas en filas conservadoras sitúan a ambas fuerzas en el centenar de diputados en la próxima legislatura.

De ahí que el PP haya iniciado una estrategia para absorber el voto conservador regionalista en aquellos lugares donde este -como sucede en Aragón- tiene presencia. En su día, logró integrar a Unión Alavesa, y UPN, en Navarra, tiene una alianza muy estrecha con los populares desde hace décadas. En la comunidad foral el PP ha logrado su pretensión: concurrir en bloque con la derecha y participa en las elecciones con UPN y Cs.

La operación truncada en Aragón incluía una oferta en principio irresistible para las ambiciones aragonesistas: el número dos al Congreso por las tres provincias y el cuarto o quinto lugar a la Alcaldía de Zaragoza para Elena Allué. Incluso una posible oferta para Aliaga de formar parte de un hipotético gobierno conservador, según confirman varias fuentes conocedoras de las negociaciones. Aliaga había mantenido diversas conversaciones con Casado y aunque la sintonía no es la misma que mantenía con Mariano Rajoy (por generación y afinidad de caracteres) y Casado contó con aliados externos que, de forma indirecta, secundaban el pacto. Algunos de esos nombres son los mismos que siempre aparecen fuera del foco pero que ejercen una fuerte influencia en esferas conservadoras. Desde José Ángel Biel, a Manuel Pizarro o César Alierta. De forma indirecta, secundaron un acuerdo que consideran que podía fortalecer la derecha en Aragón.

Sin embargo, pesó más la decisión que otorga al PAR la condición de fuerza determinante que, en función de las coyunturas políticas, puede desequilibrar balanzas en las Cortes de Aragón para formar Gobierno. Es el mismo papel que podría tener en las próximas elecciones, al haber decidido concurrir en solitario como fuerza individual.