Pablo tiene tres años y medio y vive en Zaragoza. A pesar de su corta edad, ya sabe lo que es enfrentarse a un cáncer que, actualmente, lo afronta desde la última fase de su tratamiento, la de mantenimiento. Lo hace desde que, en octubre del 2017, unos análisis de sangre se lo detectaran. Su pediatra los solicitó al verle un poco pálido y con el bazo algo inflamado. Diagnóstico: leucemia linfoblástica aguda. «Es muy duro, tengo la sensación de que la vida se paralizó en ese momento», recuerda su madre, Mar, acerca de aquellos días.

«La primera fase del tratamiento es como una bomba atómica, asola todo», describe sobre esos primeros tiempos. «Luego se va afrontando. Por él, porque nos necesita, y su hermana también, y por todos. Tienes que avanzar», dice convencida.

A pesar de la dureza de la situación, el caso de Pablo, afortunadamente, es de buen pronóstico por el tipo de leucemia y su grado estándar. «Hemos tenido la enorme suerte de que el tratamiento le está yendo bien», añade su madre. Un proceso en el que, salvo momentos como el primer ingreso o al final de la parte más intensa del tratamiento, «cuando estaba más cansado», el niño «ha tenido una actividad normal» y no ha sufrido náuseas.

Pablo está completando ahora la última etapa que durará hasta octubre. Durante ese tiempo deberá medicarse con quimioterapia en pastillas. Un proceso, pues, que va desarrollándose y en el que Pablo y su familia han estado acompañados por el equipo de Aspanoa desde el primer día. «Son como si fueran nuestros ángeles de la guarda, te cogen de la mano y te guían», describe agradecida Ma. Entre otros recuerda a su psicólogo y a su trabajadora social, así como también a los trabajadores de la 3ª planta del hospital Infantil de Zaragoza.

El camino es difícil, pero esta familia asegura que se debe mirar con perspectiva. «Quiero dar esperanza, esto es muy duro, muy largo. Tanto Pablo como los niños que están en el hospital son unos guerreros», concluye la madre.