El laberinto vasco vuelve a retorcerse ante los ojos de quienes ni lo han transitado ni desean perderse en sus vericuetos, sino trazar una raya y comenzar de nuevo.

El debate, estos días, se centra en la entrega de armas, en la rendición militar de la banda ETA. Aceptada por el Gobierno vasco, por el Gobierno francés, pero no por el Gobierno español, que no ha visto en ese gesto sino un truco publicitario para que los antiguos activistas obtengan beneficios penitenciarios o políticos.

El derecho moderno y el cristianismo antiguo coinciden en que la capacidad de perdón es básica a la hora de normalizar la convivencia y resinsertar a aquellos asesinos, delincuentes, manzanas negras u ovejas descarriadas del rebaño, pero que en un momento determinado aceptan regresar al redil, a la vara del pastor.

Sobre tales empíreos principios caben, no obstante, terrenales matices. Los de las Asociaciones de Víctimas, que se niegan a creer en la sinceridad de un arrepentimiento teóricamente simbolizado con ese desarme, pero no con palabras verdaderas, no pidiendo auténtico y emotivo perdón a esas familias a las que han destrozado, extorsionado, arrebatado su felicidad y su libertad. Y tampoco, según la policía, la entrega de armas y explosivos ha sido completa, intachable, puesto que faltan pistolas, falta material bélico que podría seguir en manos de futuros asesinos...

¿Y el futuro? O el presente, mejor dicho, pues el progresivo desmantelamiento de las células terroristas ha coincidido con el aumento del radicalismo nacionalista, de formaciones como Bildu, y de la persistencia de muestras de intransigencia y hostilidad verbal en una sociedad vasca traumada por la violencia, y que sigue gobernada, legislatura tras legislatura, por un PNV en siempre difícil equilibrio con el ala extremista del nacionalismo independentista. Lo ideal, desde luego, sería que la actividad política se normalizara en torno a siglas que aceptan las reglas democráticas, y hayan eliminado de sus programas y prácticas métodos punibles o ideologías totalitarias. Otros países, como Irlanda, lo han logrado, y es de esperar que Colombia también. Sus leyes deberán velar para que esos procesos sean limpios.

Encastillarse, en el País Vasco, unos y otros, en posiciones invariables no conducirá a nada. Si acaso, a eternizar el actual clima de enfrentamiento soterrado, con el riesgo de volver atrás.