En Francia se ha vendido casi todo el pescado en la primera vuelta de las elecciones presidenciales porque ese auténtico producto de laboratorio que es Enmanuel Macron ha recibido los beneplácitos de la nueva y al parecer socioliberal sociedad francesa, bendecida por el mercado y por la opinión pública y publicada.

El terror a que una bestia política como Marine le Pen se haga con el país de Montesquieu y destroce la Europa comunitaria para ponerla a los pies de Donald Trump y Vladimir Putin ha conseguido orquestar una operación de altos vuelos cuyo resultado, como a la vista está, ha sido casi óptimo.

Prueba de esa deliberada estrategia y de la identidad de sus protagonistas es que a los partidos convencionales, republicanos y socialistas, les ha faltado tiempo para felicitar a Macron y recomendar a los suyos que apoyen su candidatura frente a la señora Le Pen. Así, de tal modo arropado, apoyado por tres partidos y la mayoría de líderes europeos (con la excepción de Putin, que ha apoyado a Le Pen) es prácticamente imposible que Macron pierda en la segunda vuelta.

Otra cosa será como gobierna.

Su nuevo partido, Francia en Marcha, producto asimismo de merchandising, deberá conseguir en las legislativas -a celebrar antes del verano-- un resultado lo bastante convincente como para persuadir a los franceses de que puede gobernarlos, sino en solitario, sí en coalición.

En este último y más que probable caso, derecha e izquierda no harán, imagino, demasiados ascos a trabajar con Macron de una manera u otra, sin que sea en absoluto descartable que antiguos gaullistas y socialistas copen algunas carteras del futuro gobierno bi o tripartito, de la misma manera que el propio Macron ya sabe lo que es pisar el Elíseo como ministro independiente, pues figuró en un gabinete de Hollande.

La operación que en Alemania cerraron socialdemócratas y cristianos para salvar la crisis económica se repite con matices en Francia para frenar a la ultraderecha. En España se ha producido asimismo un acercamiento institucional entre PP y PSOE.

El antibiótico de Macron ha funcionado contra la fiebre ultranacionalista y xenófoba de Le Pen. Es de esperar que el nuevo medicamento no presente incompatiblidades democráticas.