U n moderno Plutarco no se resistiría a pergeñar un nuevo capítulo de Vidas paralelas, en esta ocasión dedicado a Javier Lambán y a Luis María Beamonte.

No siendo, en lo personal, para nada o muy poco parecidos, sus circunstancias abundan en constantes paralelismos, que incitan a emparejar sus respectivas figuras en una suerte de contiguo escaño, unas veces con biombo por el medio, otras con manos unidas en intereses comunes.

Ambos son y se sienten aragoneses, lo que es un factor positivo. Nacidos en ciudades de población intermedia, Beamonte en Tarazona, Lambán en Ejea de los Caballeros, conocen muy bien la escala demográfica de un Aragón que oscila entre una gran ciudad y cientos de pequeños pueblos.

Ambos, y seguimos con las coincidencias, han sido diputados provinciales y presidentes de la Diputación Provincial de Zaragoza, verdadera cantera de políticos.

Ambos son diputados a las Cortes de Aragón, en cuyo arco parlamentario Lambán ejerce desde hace dos años como jefe del Ejecutivo, habiéndose estos días estrenado Beamonte como jefe de la oposición.

En cuanto a su formato político, ambos son sólidos, bastante seguros en sus movimientos internos, en la política correosa del partido. Una vez encimada la dirección regional, cuentan con la confianza de las direcciones nacionales de sus siglas, si bien deberían asentar e incrementar su influencia, a fin de derivar mayores influencias y recursos a Aragón.

Ambos son fieles a los argumentarios, propuestas e ideologías de sus respectivos partidos. Beamonte es conservador, pero también tolerante y partidario de aunar equipos y esfuerzos en proyectos que excedan sus propias fuerzas. Lambán es progresista, pero no acostumbra caer en brazos de la demagogia y mantiene un razonable nivel de independencia con respecto a las reivindicaciones aragonesas, que tanto pueden chocar con el Gobierno central como con su propia sede socialista de Ferraz.

Ambos, en principio, y a expensas de que se recuperen nacionalistas y aragonesistas y los nuevos partidos, Podemos y C’s perfilen candidatos con posibilidades de obtener mayorías, están condenados a entenderse y seguramente a turnarse.

Tienen práctica, y siempre pueden leer a Plutarco.