Semana intensa la que deja atrás la comarca de Andorra, pero no más que las que se avecinan. La larga agonía del carbón parece llegar a su fin. La crisis de la minería y su grave afección a la provincia de Teruel deberían servir, al menos, para reflexionar y realizar un examen de conciencia. Porque toda crisis obliga a tomar nota y aprender de los errores. Y en el caso concreto de Aragón se han producido muchos.

La primera lección que se extrae del crack del carbón es que ha imperado la nula previsión. Ningún partido político que ha gobernado Aragón o haya apoyado a cualquiera de los Ejecutivos que han ocupado el Pignatelli ha reparado en lo vital que era establecer una hoja de ruta a largo plazo. El problema estaba ahí, pero nadie -ni desde el Gobierno central ni desde la administración autonómica- tuvo el valor para afrontarlo mediante la búsqueda de soluciones.

Es más que sintomático que sea ahora, que se sabe que la térmica de Andorra cerrará en junio del 2020, cuando se ha decidido constituir una comisión de estudio en las Cortes para buscar soluciones. Demasiado tarde. Y más llamativo todavía resulta que los partidos políticos no lograran ponerse de acuerdo hace unos meses para pactar una declaración institucional de rechazo al anunciado cierre por parte de Endesa. Lamentable.

La falta de visión estratégica, el cortoplacismo y la despreocupación son solo algunos de los calificativos que se pueden imputar a la clase política aragonesa, que es la verdadera merecedora de carbón. Quizá pueda parecer ventajista hablar así tras comprobar el desenlace final, pero esta dejadez se ha ido advirtiendo, por parte del tejido empresarial, los agentes sociales y los vecinos de la comarca desde hace muchos años.

El caso es que la excesiva dependencia de un territorio respecto a una actividad económica ha desembocado en un desenlace fatal. Un buen ejemplo de lo que debería haberse hecho está en Samca. Esta empresa familiar aragonesa nació de la actividad minera, pero ha logrado sobrevivir al ocaso del carbón. La diversificación, esa que tanto faltó en la comarca de Andorra, es, por tanto, otro de los grandes aprendizajes de los que conviene tomar nota. Los territorios, al igual que las empresas, deberían huir de poner todos los huevos en una misma cesta. Y eso es, precisamente, lo que ha ocurrido con esta comarca.

AYUDAS EN SACO ROTO

Bien es cierto que ha habido intentos de diversificación con las ayudas a las zonas mineras, pero muchos de estos proyectos no han cuajado. Algunas empresas obtuvieron las ayudas y, al poco tiempo, cesaron su actividad. Otras fracasaron en el intento. Sea como fuere, el Fondo de Inversiones de Teruel y el Plan Miner han regado con más de mil millones de euros las tierras de la zona minera aragonesa, pero la ineficaz gestión de estos recursos y la improvisada planificación de estas ayudas han acabado por dinamitar toda alternativa al carbón en estas comarcas.

Samca, en cambio, es ahora uno de los escasos salvavidas que tiene Andorra a los que agarrarse. El compromiso con el territorio es algo que ha brillado por su ausencia durante esta crisis. Y si no que se lo pregunten a Endesa, otra de las grandes protagonistas de la minería en Aragón. La eléctrica ha aplicado la máxima de que el dinero huye de la incertidumbre, aunque no tuvo nunca la intención de mantener una actividad que no tenía futuro. Lógico. Sin embargo, está en deuda con este territorio, aquel que le proporcionó cuantiosos beneficios durante tantos años.

EL FUTURO NO ESPERA

Los gobiernos regionales y centrales, las empresas y los agentes sociales tampoco han advertido de que el futuro es imparable. La lucha contra el medio ambiente dejaba herida de muerte la actividad minera. Es un hecho irrefutable que también se ha obviado en esta crisis. La ministra Ribera, la que ha hablado más alto y claro, ya lo anunció a su llegada al Gobierno. Negar el futuro es, siendo generoso, pegarse un tiro en el pie.

Ribera, a diferencia de otros de sus predecesores como Álvaro Nadal o José Manuel Soria, ha sido sincera, ha visitado la comarca de Andorra, ha explicado su plan y ha prometido que nadie se quedará sin empleo por el fin del carbón. Solo un pero, ministra. Alemania ha fijado el 2038 como el año que pondrá fin al carbón. A cambio se inyectarán 40.000 millones en transferencias a las regiones. Andorra ha carecido de lo primero, el tiempo, y todavía está por ver qué ocurre con las ayudas. Veremos.