"Qué cringe» exclama Claudia cuando sus compañeros la eligen para recitar a Calderón de la Barca en una de las calles del Oliver. El viejo sacerdote posiblemente no entendería muy bien qué trata de expresar la adolescente, pero disfrutaría con la soltura que demuestra al declamar eso de «todos sueñan lo que son / aunque ninguno lo entiende». La estudiante pertenece al centro sociolaboral de las Delicias, pero participa en una actividad amparada por el centro comunitario Oliver que gestiona la fundación Adunare. Ayudados por vecinos del distrito, gracias a sus rutas literarias pasean por las aceras evocando personajes, historias y tradiciones.

«Acérquense, así tenemos calor humano», pide el educador Adrian Castel. El día es ventoso, la hora temprana y el grupo aún no tiene confianza. Hará falta un tiempo y bastantes palabras para integrar dos mundos que parecen diferentes. No tiene que ver ni con la edad ni con los barrios distintos a los que pertenecen. Posiblemente sea algo vinculado con la seguridad y la confianza.

Las protagonistas absolutas de los paseos son las lectoras que participan dos veces al mes en el taller de escritura comprensiva que se organiza en el centro. Casi todas tienen entre 60 y 75 años y han logrado forjar un espacio de encuentro basado en la colaboración y el aprendizaje. Por eso, de las reuniones surgió la necesidad de relacionar las lecturas que están haciendo con el entorno urbano. Así, además, se fomenta la lectura entre los vecinos y se descubren historias curiosas de los escritores, inventores, científicos o políticos que pueblan el callejero.

CONFIANZA

Las protagonistas disfrutan de su condición de tutoras. «Esta actividad les ayuda a empoderarse y les proporciona una gran confianza», indica Castel. Por otro lado están la decena de oyentes que van invitando a las rutas. Se les ve cohibidos por la novedad. «A veces los adolescentes que vienen son reacios, pero siempre conseguimos que se interesen», celebra Josefina Álvarez. Ella es la encargada de difundir la vida de Pilar Miró y para acreditarlo lleva colgado del cuello su retrato plastificado. Así se convierte en una especie de guardiana de su legado.

«Ya somos las dueñas del barrio», exclama alborozada María Teresa Castelló. Lo suyo es Lope de Vega. Los bloques sindicales que se levantaron en los años 50 son la siguiente parada. Les da nombre una poeta chilena: Gabriela Mistral. Les cuentan que era la autora preferida de Lisa Simpson, que incluso se quiso cambiar el nombre para ser como aquella premio Nobel. La referencia no acaba de captar su atención. Leen el poema Atardecer: «Siento mi corazón en la dulzura / fundirse como ceras». Luego el que se ha visto obligado a recitar le pide a la fotógrafa que le pase las imágenes. Para Instagram. Y mientras cambian de rincón se pone a competir en followers con un compañero.

El centro ofrece programas de dinamización, relacionados con la cultura o no. Van desde el servicio de duchas hasta a la asesoría socieducativa y ambiental. Un sinfín de actividades valoradas en el distrito, como se puede comprobar en cualquier comercio, encantados de ver a gente pasear por calles secundarias como Séneca o Eva Duarte. Al final, el trabajo colectivo da resultado. Ha costado, pero los adolescentes se dejan influir por sus maestras. «Siento que mi vida se va huyendo / callada y dulce como la gacela», hubiera recitado Lisa rematando los versos de Mistral.