Si los señores del Gobierno de Aragón lo estiman oportuno, me brindo a asesorarles en materia de bares. Digo esto porque se ve que le tienen algo de mieditis a regular de una vez los susodichos establecimientos, y a lo mejor es porque no conocen las características e idiosincrasia de los mismos (y de sus diversas clientelas). Pero un servidor lleva casi cuarenta años pateándoselos y sabe un huevo del tema. Lo malo es que mis consejos no habrían de salirles baratos a los jefes de la DGA: ir de bares es una actividad en la que he invertido demasiado tiempo y dinero como para ofrecer gratis el fruto de mi experiencia.

Ni la DGA ni el Ayuntamiento de Zaragoza parecen estar muy al tanto en lo que a bares respecta. Si no, no se entiende ni el vacío legal ni las extrañas acciones que se acometen cuando pretenden atajar las molestias que causan las zonas y su alborotada clientela. Es muy raro que cada vez que se desata una campaña de control del ruido paguen el pato locales sobre los cuales no pesa ninguna denuncia ciudadana, o son simples bares de barrio, o salas de clientela tranquila en las que se programa música en vivo (cultura, ¿no?); en cambio los puntos más problemáticos siguen tan tranquilos con su marcheta. Un fenómeno raro e incluso sospechoso.

Cafés de tertulia, bares de tapas, bares familiares , bares franquicia, bares de zona , discobares, afters ... Parece un mogollón, pero no lo es tanto. Organizarlos mediante una normativa que preserve el derecho del vecindario al silencio y a vivir sin molestias (sean olores de las cocinas, o el ruido y calor de frigoríficos y aires acondicionados) debería ser una tarea de obligado cumplimiento para las administraciones. Despejar las zonas (desgraciado invento que jamás debió permitirse), controlar las calles e impedir que las madrugadas del fin de semana sean un martirio para la ciudadanía es en estos momentos una tarea urgente. Eso sí: hay que abordarla con transparencia y sentido común.