Una de las referencias recurrentes en los foros congresuales de los partidos políticos es la cuestión nunca menor de los liderazgos. Suele debatirse hasta la extenuación la idoneidad de tal o cual líder, pero no tanto, o no ya, la base conceptual del papel del líder en sí.

¿Son necesarios los líderes?

Pueden serlo, como lo fue Adolfo Suárez en la Transición, en un momento determinado o ciclo histórico concreto, cuando el impulso de una sola voluntad sea capaz de despertar la de todo un pueblo para proceder generacionalmente a la reforma de un país.

Pero cuando dicho territorio entra en estabilidad democrática, con el lógico turno de partidos, los liderazgos, al menos en su arco extremo, parecen fuera de lugar, pudiendo fácilmente comportar desequilibrios, incluso riesgos. Está siendo el caso de Donald Trump en unos paralizados, por el temor, Estados Unidos de Norteamérica. Más al sur, los peronismos, chavismos, príismos vienen acreditando un sistema presidencial sustentado en liderazgos individuales o familiares, clanes que, cuatro de cada cinco, se dedican a esquilmar sus respectivas naciones sin que nadie haga casi nada para evitarlo.

Los liderazgos europeos, en cambio, están supuestamente basados en el prestigio intelectual y social de sus detentadores. Pero, por desgracia, no es tan raro, en las democracias occidentales, que más de uno caiga en la tentación de perpetuarse, de instaurarse. En España hemos tenido presidentes que lo han sido durante varias legislaturas, sin que sus partidos se hayan decidido a buscarles recambio.

Es lo que viene sucediendo desde principios de siglo con Mariano Rajoy en el PP, que va para década y media rigiendo sus destinos, eliminando rivales y controlando la cúpula hasta ese casi 100% de unanimidad con que acaba de entronizarlo el último congreso.

Y es lo que puede llegar a pasarle a Pablo Iglesias si no evita que el halago y la desconfianza, la camarilla y la soberbia lo vayan a un tiempo divinizando y aislando de la realidad, como le ha sucedido a otros muchos, a los que no desea emular.

Podemos, en su filosofía asamblearia y voluntad de cambiar el sistema, debería huir de divismos si no quiere repetir los viejos esquemas y dar frutos podridos por culpa de viejas raíces regadas con abono desvitaminado.