Dicen que, a medida que avanza el virus, la naturaleza recupera su espacio. Y quizás incluso el ser humano haya recuperado su naturaleza como animal social: la que le hace cuidar de su manada sin dejar a nadie atrás. Ahí hay muchos. Los que ofrecen la ayuda a sus vecinos, los que llaman para ver qué tal... Y cientos de trabajadores de la red pública que han dado un giro a sus rutinas para cuidar de quienes más lo necesitan en este momento. De nuestros mayores. Es el caso de Meritxell Garcés Teira, directora del Hogar de Personas Mayores de Andorra, en Teruel, y de Puri Delgado, en el de San Blas, en Zaragoza. Dos realidades muy distintas y un enemigo común: la soledad. Para combatirla, para proteger, se han reorganizado. Se han convertido en ángeles de la guarda colgados a un teléfono.

Hablo primero con Meritxell. Lleva todo el día haciendo la ronda con los mayores del centro, llamándoles para saber si necesitan algo, para darles conversación incluso. Tiene una risa sonora y contagiosa. Es normal --y en esta situación más-- que sus interlocutores quieran estar hablando con ella todo el día. «Somos un centro muy activo, con grupos de baile, de teatro, petanca, una revista propia... Ahora, en los grupos de whattsapp de cada actividad, en lugar de avisar sobre lo que vamos a hacer nos enteramos de cómo están». Parece algo sencillo, pero quieren proteger a los mayores. Que no salgan de casa. Y también atender a los dependientes, a los cuidadores, a los más vulnerables.

«En Andorra, hay una red social muy buena. Entre los bares que llevan la comida a casa, las tiendas que se ofrecen, Cruz Roja, la comarca y el ayuntamiento se ha generado una gran colaboración». Dice, que hasta tienen la suerte de tener televisión local, con lo que el alcalde les da «el parte todos los días». Aún así, la soledad acecha. «Hoy, solo he podido llamar a catorce, entre ellos uno de nuestros usuarios que está ingresado», explica Meritxell. Claro que está preocupada, lo reconoce. A veces se le encoge el corazón, «pero no la sonrisa». Por eso va al despacho mañana y tarde a colgarse al teléfono. Pero también reconoce que, en esta situación está viviendo de todo. Escenas tiernas también. «Hace unos días llamé a un matrimonio muy mayor y cuando le dije a ella que le mandara un beso a su marido, respondió: ‘¡No!, que tiene que ser con el codo. Lo ha dicho el Gobierno’. Tuve que explicarle que ella podía besar a su marido y se puso la mar de contenta».

De esas llamadas también saben mucho tanto Puri Delgado como todo su equipo. En el hogar de San Blas tienen 14.000 socios en activo. Así que han tenido que discriminar por edades y llamar solo a los más mayores. El equipo se ha repartido el trabajo. Lo hacen calle por calle. «Lo más bonito es ver que la mayoría de ellos están cubiertos a través de las redes familiares o vecinales», explica Puri. «Y esta solidaridad no nos la hubiéramos imaginado en otra época». Estas llamadas permiten derivar posibles necesidades a la trabajadora social o buscar ayuda psicológica «porque hay casos que lo requieren». Pero, sobre todo, está el valor de ofrecer una voz amiga. Ese saludo que antes era tan habitual en el súper, en el bar, en la calle y que ahora tanto echamos de menos.