En medio de los viñedos. Así era el descanso eterno en la cultura judía. Cada comunidad poseía un cementerio junto a la aljama rodeado de vides. La presencia de estas plantas se justifica en que los textos rabínicos establecen que donde hay un sepulcro solo se pueden cultivar árboles y no sembrar semillas de otras especies.

Los cortejos fúnebres que llegaban a los cementerios también se regían por normas estrictas. Era tradicional en estas procesiones la presencia de las plañideras, mujeres a las que se pagaba por llorar y lamentarse en los funerales. Tradicionalmente se asocia esta figura con la desolación que causó al pueblo judío la devastación de Judea, según se recuerda en la guía Arte en la provincia de Zaragoza de la Diputación Provincial.

Siguiendo los textos, los ataúdes se orientaban hacia Israel para que cuando suene el cuerno que tocará Moisés el día del Juicio Final puedan levantarse y caminar directamente a Tierra Santa.