El sargento primero Javier Quirós ha servido en muchos sitios. Cuando entablo conversación con él, hablamos de Afganistán, del Líbano, de catástrofes, de incendios. Antes, cuando se iba, sabía que su familia a salvo. Antes, veía su objetivo. Ahora batalla “contra un enemigo invisible”. Desde hace un par de días, cuando llamo a los protagonistas de esta sección, empiezo por darles las gracias. Él me las devuelve y añade: “Hoy, cuando he ido al supermercado, le he dado las gracias a la cajera por estar. Ahora damos las gracias, algo que se nos había olvidado”.

Quirós forma parte de la Unidad Militar de Emergencias (UME) acostumbrada, dura, diligente… Ahora están al servicio de lo que haya que hacer, de lo que surja. Desde Aragón, despliegan sus fuerzas en País Vasco, La Rioja, Navarra o Cataluña. Hacen turnos semanales para que los que están fuera puedan volver a casa. Realizan labores de ayuda humanitaria. Se ocupan, con las desinfecciones, de que estén a salvo en las residencias. «Y estaremos a lo que sea».

Quirós sabe que hay que ser «resiliente». Sabe que su hija Lucía grita el nombre de la UME en los aplausos de las ocho... Sabe que le ha pedido que no lo haga cuando está él en casa, porque se emociona demasiado. Porque comparte el orgullo de cumplir con un deber. Algo que tienen metido en el tuétano quienes están en el cuerpo.

«El servir es nuestro día a día», dice el cabo Juan Costa. Pero hay que estar y protegerse por la familia, por los que tienes en frente. Y cuando llegas a las residencias, por ejemplo, ver cómo nos reciben es emocionante». Y ver a los ciudadanos. A las ocho, si les pilla de servicio, encienden las sirenas y empiezan a aplaudir. Ese cariño, el de la ciudadanía, les da fuerzas. «Ir a repostar a Repsol y que te inviten el café; o a El Rincón y que no te cobren...». Eso es el cariño. Quizás ahí está, como dicen ellos, la energía de «los besos que estamos guardando».