Los romanos celebraban durante el mes de febrero sus fiestas Lupercalias (fiestas de la fecundidad y purificación) en honor del dios Lupercus, mezcla de lobo y ciervo. En este tiempo, doce personajes, denominados lupercos, recorrían, casi desnudos, las calles de Roma portando en sus manos unas largas tiras de cuero con las que golpeaban a hombres y mujeres. Con este rito se trataba de propiciar la fecundidad en las mujeres, a la vez que proteger a los rebaños del ataque de los lobos, e invocar la abundancia de cosechas.

Una vez que a finales del siglo IV el Cristianismo se impuso como religión oficial del Imperio, las Lupercalias fueron sustituidas por otras celebraciones más acordes con el espíritu de la Iglesia. En la religión judía el parto ponía a la mujer en una situación de impureza que duraba 40 días y que finalizaba con una fiesta de purificación que consistía en la presentación del niño ante el templo. Coincidiendo las Lupercalias con la celebración cristiana de la Presentación de Jesús ante el templo (2 de febrero, festividad de la Candelaria), las Lupercalias consistieron en una serie de procesiones en las que los fieles iban provistos de luminarias como símbolo de purificación.

Obispo de Armenia

Un día después de la Candelaria, llega san Blas, obispo que fue de Sebasta, en Armenia, perteneciente en el siglo IV al imperio romano de Oriente. Allí los cultos paganos, muy arraigados, mantenían un duro enfrentamiento con el Cristianismo. Durante el ejercicio de su prelatura, san Blas (que también era médico) se retiró a la oración, habitando durante largo tiempo en una cueva del monte Argeo (en la actual Turquía), rodeado de fieras. Y así, con su opción de eremita, vivió hasta que en el año 316 fue hecho preso. En prisión salvó a un niño que se había clavado una espina de pescado en la garganta, por lo que pasó a ser patrono de los laringólogos. San Blas acabó siendo decapitado, y ocupando uno de los altares del martirologio cristiano, siendo además durante mucho tiempo, patrón de los cardadores ya que antes de su decapitación sus verdugos lo habían torturado con peines de hierro.

A san Blas también se le ha considerado tradicionalmente protector de los animales. Esto, unido a la bendición en su día de los tradicionales roscones y tortas de san Blas (con anís, que es un expectorante) enlaza la tradición con el sentimiento de purificación de las fiestas Lupercalias. Además en determinados lugares, el día de san Blas existe la costumbre de pasar una cinta de color por el cuello del santo (como hacían los romanos con sus recién nacidos); así cada persona que lo hace ha de llevar la cinta colgada del cuello durante todo el año si quiere asegurar la salud de su garganta.

San Blas es el anunciador de la Primavera, ya que por estas fechas los días son más largos. Como indica el refrán popular: "En llegando san Blas, pan y vino pon en la alforja, que día no ha de faltar".

Protectora de las mujeres

Y después de san Blas, el 5 de febrero, santa Águeda, la patrona de las mujeres. Joven mártir siciliana, víctima de la persecución de los cristianos decretada por el emperador Decio, santa Águeda murió en el 251 por no acceder a los deseos carnales del procónsul de su Sicilia natal. Despechado, éste ordenó su tortura y muerte, antes de la cual, a la santa le cortaron sus pechos. Y así se la representa en la iconografía cristiana: sosteniendo en sus manos una fuente con ellos aún sangrantes. Santa Águeda, completaría el ciclo de purificación y sanación que comienza con la Candelaria, ya que a ella también se la considera como protectora contra los males de las embarazadas y de los neonatos; y contra las enfermedades de los pechos de las mujeres.

Antiguamente, en los pueblos, las mujeres sacaban a los hombres de los bares y entraban ellas en su lugar. Antes habían ido a la iglesia para pedir a santa Águeda: "que nos guarde las tetas y el velón al sacristán". Y al igual que el roscón para el día de san Valero y san Blas, para el 5 de febrero, la repostería aragonesa nos ofrece el dulce de las tetillas de santa Águeda.