Por supuesto que la mendicidad organizada está controlada por organizaciones criminales que habitualmente denominamos mafias . Pero, claro, quién se va a preocupar de los mendigos rumanos cuando estás pendiente de pagar la hipoteca o de que te renueven el contrato. Pasa igual con las prostitutas. Se da por sentado que la gran mayoría (sobre todo las de origen extranjero) ejercen su desgraciado oficio al servicio de bandas mafiosas. Y luego están los inmigrantes sin papeles.

En estas situaciones el horror va según los gustos. Hay quienes se conmueven especialmente al pensar en los bebés que callejean en brazos de sus madres mendigas (más todavía si dichas criaturas han alcanzado algún grado de notoriedad a través de los medios). Otras personas aún ven peor la terrible situación de esas mujeres jóvenes sometidas a la más cruda esclavitud sexual (aunque cientos de miles de varones usan sus servicios sin inmutarse mayormente e incluso presumiendo de lo chulos que son, los mamarrachos). Y qué decir de los miles y miles de personas traídas y llevadas en pateras, cuyos huesos van cubriendo el fondo del Atlántico y el Mediterráneo... Verdaderamente, todos estos fenómenos y alguno más son igualmente espantosos y en realidad forman parte de un solo negocio, que es el moderno tráfico de seres humanos.

Perdonen si les agobio, pero aún me queda otra pregunta: ¿cómo es posible que semejante panorama no acabe de motivar fuertes reacciones sociales como la que dio lugar al abolicionismo y otras posturas liberadoras en el sigo XIX? Será tal vez porque nuestras inquietudes éticas están bajo mínimos, o porque si antes las actividades mafiosas eran como una prolongación de la economía por otros medios, hoy forman parte de la economía misma. El traficante (de esclavos, drogas o armas) no deja de ser un creador de riqueza cuyo dinero moviliza el engranaje financiero. Es uno de los nuestros . La mafia está en el sistema.