Las personas, los empleados y los equipos humanos, en definitiva, están considerados desde hace ya varios años el epicentro de la acción de las empresas. «El principal activo de toda organización son sus trabajadores» pregonan a los cuatro vientos directivos, expertos en recursos humanos, estrategia empresarial y gurús de todo tipo y pelaje en innumerables foros. Eso en teoría, porque en la práctica esta afirmación se ha visto pisoteada durante los últimos 12 años de forma inmisericorde, algo que seguirá ocurriendo, todavía con más fuerza, a la vuelta del verano.

La pregunta es: ¿por qué prescindir de tantos empleados, equipos y entornos de trabajo productivos si es lo que verdaderamente aporta un valor añadido a cualquier organización empresarial? A estas alturas, todavía no tengo la respuesta.

El miedo es, sin duda, el peor enemigo de la economía, pero también de la sociedad y las empresas. Y las decisiones que se adoptan sin reflexionar son, probablemente, las peores. Muchas durante estos meses se toman y se tomarán con miedo porque la pandemia anuncia un otoño en blanco y negro.

Nadie estaba preparado para esto, eso es indudable, a pesar de que todavía no somos conscientes de la dimensión de la crisis que nos ha traído el covid-19. Es innegable que la caída de la demanda hace imposible sostener las plantillas tal y como estaban configuradas antes de la pandemia. Pero, ¿es necesario recortar tanto?

Las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) reflejan que entre abril y junio, Aragón perdió 25.000 puestos de trabajo y llevó la tasa de paro cerca del 11,8%. Pero los cálculos de la patronal aragonesa señalan que las consecuencias de la crisis han dejado ya casi 130.000 víctimas laborales entre los despidos y los ERTE. Es decir, casi un 10% de la población total de Aragón, todo ello hasta alcanzar niveles similares a los registrados en los momentos más duros de la recesión que se declaró en el 2008.El problema de prescindir de más empleo del debido en las empresas es que, según qué decisiones se tomen, cómo y cuándo se ejecuten pueden tener un efecto boomerang.

Hace tan solo unos días pude comprobarlo. Dos cafeterías, una frente a otra, en un lugar turístico. En la primera a la que me acerqué había una fila de gente esperando mesa mientras la única empleada que atendía, limpiaba, servía y cobraba se volvía loca intentando llegar a lo imposible. La calidad de los productos de esta cafetería y los precios justificaban la espera de los clientes. Pero pronto cambiaron las tornas. Transcurrida una semana, la cafetería de enfrente iba llenando sus mesas mientras las colas de gente desaparecían del otro establecimiento. La espera resultaba insoportable para la mayoría, a pesar de que gran parte de los consumidores estaban de vacaciones.

Valor añadido

La calidad del producto, el precio y, cómo no, el servicio, están marcando las preferencias de los consumidores, al igual que lo hacen aquellas empresas que compran a otras. La calidad del servicio no se discute. Es fundamental y fideliza. Pero para ello hace falta personal cualificado y suficiente. Y la tentación ahora es prescindir de él, a las puertas de un mes de septiembre del que nadie quiere oír hablar. Y no es precisamente porque ha llegado el final de las vacaciones de verano.

No hay duda de que los despidos son irremediables, pero es igual de cierto que la mejor estrategia de cualquier empresa ahora es reflexionar y pensar en el medio y largo plazo antes de tomar decisiones equivocadas.

Además, mantener plantillas va a ser la mejor acción de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) de cualquier organización. ¿Qué pasará cuando termine la prórroga de los ERTES? ¿Qué alternativas habrá para los desempleados que deje el covid-19?

Punto de inflexión

Esta crisis, como la vivida a partir del 2008, puede significar un punto de inflexión. Es cuestión de prioridades. Los sindicatos alemanes han propuesto al Gobierno la jornada laboral de cuatro días para evitar una catástrofe social. Y Merkel lo va a estudiar.

La pandemia obliga a la reinvención de las empresas, pero también de conceptos que teníamos ya muy interiorizados. La fiscalidad, el reparto del trabajo, la cooperación entre empresas, la solidaridad, la responsabilidad colectiva y el bien común deberían estar por encima de todo lo demás en un momento tan crítico como el actual. Y que las malditas carta de despido no signifiquen caen en un pozo sin fondo.