«Un enfermo de cáncer ya tiene bastante con gestionar que está entre la vida y la no vida como para pensar en la factura de la calefacción que llegará a casa», comenta Julia Calvo, en pleno proceso de recuperación tras un tumor muy agresivo que apareció en su ovario y que se extendió por su colón e hígado el pasado verano.

Ella es una de esas muchas personas (sanas y enfermas) que teme el mes en el que hay que pagar el gas. Pero que también tiembla cada vez que tiene que ir a la farmacia a por alguno de los múltiples medicamentos que toma por el dichoso cáncer. O cuando se coloca en la fila del supermercado para pagar unos alimentos determinados que le permitan cumplir con su estricta dieta.

Asegura que la gente es muy sensible porque un enfermo «inspira compasión». «Te ven en la fila del supermercado con un aspecto tan débil y te dejan pasar, pero de lo que no son conscientes es de los gastos que acarrea una enfermedad así y de que si no tienes una buena situación económica lo puedes pasar muy mal». «La sociedad no se da cuenta de que estás agregando un condicionante emocional que no te mereces a una situación muy difícil. Si esto ya es complicado encima te tienes que preocupar decómo pagar las facturas», dice con cierta impotencia Julia.

La Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) alerta de la vulnerabilidad socioeconómica que padecen muchos enfermos de cáncer -y de otras crónicas-. Un problema que agrava su ya de por sí difícil situación personal y emocional y que requiere de un plan integral, en la que se incluyan ayudas.

El caso de Julia es solo uno de tantos que podrían extrapolarse a otras historias que nada tienen que ver con la enfermedad. Pero ella, además, luce un turbante porque la peluca que le facilitaron desde la AECC, que no podía pagársela, le produce reacción alérgica, y se siente tremendamente agotada después de que su cuerpo fuera sometido a una operación y recibiera varias sesiones de quimio que la dejan «hecha polvo». Las secuelas de la intervención en la que le extrajeron el tumor todavía están patentes. Tras una peritonitis, su colón sigue supurando un líquido que su cuerpo absorbe muy lentamente porque su intestino está dañado. Otro motivo por el que su alimentación varía de la habitual.

Cuando le diagnosticaron el cáncer no trabajaba. «Yo era freelance e iba haciendo trabajos que me salían, pero vivía de un subsidio de 430 euros al mes» que completaba con los 400 de la pensión de su madre, con quien sigue viviendo. «Con estos ingresos ya íbamos justas para pagar el alquiler y los gastos, así que imagínate ahora», dice.

Gastos, no caprichos

Con el diagnóstico vio como su cesta de la compra empezó a crecer de tal modo que tuvo que solicitar una ayuda al Ayuntamiento de Zaragoza, que se le concedió. También acudió a la la AECC para poder hacer frente al pago del alquiler, que ya ha dejado de recibir. «Tendría que haber ayudas específicas para enfermos y un programa de inserción laboral», repite en más de una ocasión.

Durante las sesiones de quimio desarrolló una alergia en la piel que solo le permite vestir con productos de algodón. Explica que tuvo que comprarse ropa, sábanas, toallas... Y que los jabones y las cremas son especiales y además muy caras. «¡Otro gasto más que no es un capricho, es lo que necesito!». Para ella normalizar su situación pasa por trabajar. Una ilusión que se desvanece cuando se da cuenta de que tiene 59 años y que su aspecto refleja el sufrimiento de su cuerpo. «¿Quién me va a contratar así?» .