Aunque todavía no ha llegado a España, ya tenemos una nueva alerta alimentaria en Europa, en este caso debido a unos huevos, contaminados con fipronil, producto prohibido para su uso alimentario, aunque se puede utilizar, por ejemplo, para tratamientos contra ácaros en perros y gatos.

Parece ser que han fallado los sistemas de alerta entre los socios europeos y ya han comenzado las acusaciones recíprocas entre gobiernos. El caso es que desde Holanda han llegado lotes sospechosos a Austria, Bélgica, Suiza, Alemania, Dinamarca, Reino Unido, Polonia, Rumanía, Suecia y, más cerca, Italia y Francia. Globalización y libre mercado, se llama esto.

Los sistemas intensivos de producción de alimentos conllevan, en la mayoría de las ocasiones, la necesidad de utilizar medicamentos, fertilizantes, piensos especiales, etc., con lo que la industria química cada vez está más presente. Y la tentación de saltarse las normas, para mantener o incrementar los niveles de rentabilidad, debe ser muy alta. Pues no falta año sin su correspondiente crisis alimentaria. De ahí que haya que inventar e invertir en sistemas de control y alerta, que no siempre funcionan.

Es lo que hay. Al menos, si queremos pagar poco por los huevos, que podrán venir de cualquier lado, aunque Aragón esté repleto de ellos, que a su vez viajan al resto del mundo. Un sinsentido, justificado por la industria por la necesidad de alimentar a precios baratos a una creciente población. Pero también hay vida y alimentos más allá de la macroindustria agroalimentaria, pequeñas y sostenibles granjas de huevos, por seguir con el ejemplo. Fuera de jaulas, camperos o ecológicos, como identifica el numerito que lleva impreso cada uno de ellos. El primero. 3, hacinados en jaulas; 2, gallinas criadas en suelo en naves cerradas; 1, pueden salir al aire libre; y 0, pueden salir al aire libre y su alimentación es ecológica, con restricciones en la administración de antibióticos.

La solución está en su mano... o en sus huevos.