Puede considerarse una victoria, menor si se quiere, pero sobre todo como la constatación del poderío de los consumidores. El hecho es que Carrefour, siguiendo el ejemplo de sus filiales en otros países europeos, dejará de vender panga en sus establecimientos.

El panga es un pescado de agua dulce, de gran tamaño, procedente del sudoeste asiático, que se caracteriza por la ausencia de espinas en los filetes y, especialmente, por su bajo precio. Greenpeace inició hace años una campaña contra su cría en acuicultura intensiva, debido a la sobrecontaminación que produce en Vietnam y su afección sobre la cultura agroalimentaria local.

Sin problemas sanitarios, pero tampoco sin especiales virtudes nutritivas o gustativas, estos filetes experimentaron un rápido crecimiento en nuestro país, donde recaló en bastantes menús escolares y en comidas de bajo coste.

Ajeno a nuestra cultura, poco a poco fue despertando una cierta inquina por parte de los consumidores, especialmente los defensores del medio ambiente y quienes trabajan por la soberanía alimentaria, que lo han ido evitando su compra, a la par que protestaban ante su consumo escolar. Y finalmente, una cadena ha decidido dejar de comercializarlo.

A la evidente astucia comunicadora por parte de la distribuidora, se suma cierta victoria de los consumidores. Si rechazamos un alimento -éste, o muchos otros−, quien vive de venderlos tendrá que tomar decisiones.

Es decir, que pues compramos, mandamos. Hay que reconocer que era fácil en esta ocasión, que la industria vietnamita del panga congelado no contaba con otro instrumento que su precio, que la industria local pesquera estaba en contra y que no dejaba de ser un alimento ajeno a nuestra tradición.

Pero muestra un camino, una vía para recuperar el derecho a una alimentación cercana y saludable. Insistimos: votamos cada cuatro años, pero compramos todos los días; ahí radica nuestra fuerza. (Esperemos).