Los Sitios de Zaragoza acaecidos entre junio de 1808 y febrero de 1809 es un tema del que se ha hablado hasta la saciedad por todo lo que supuso, lo traumáticos que fueron y muchas de las situaciones que se dieron en ellos. No es algo solo que esté en el imaginario colectivo zaragozano, aragonés y español, sino que durante mucho tiempo conmocionó a toda Europa, tanto en el momento en el que ocurrieron como durante muchas décadas a lo largo del siglo XIX.

No en vano, encontramos pinturas en museos polacos dada la participación de la Legión del Vístula ayudando a Napoleón, quien había prometido la independencia de Polonia si esta ayudaba en los esfuerzos de guerra del corso por toda Europa. Pero también encontramos referencias en algunas de las grandes obras de la literatura universal, como la novela 'Guerra y paz' del ruso Lev Tolstói o la famosa 'Los Miserable's de Víctor Hugo. A ese punto llegó la fama de lo ocurrido a orillas del Ebro.

Y es que en 1808 la 'Grande Armée' de Napoléon, el mejor ejército de la Europa del momento, había logrado victoria tras victoria contra todas las grandes potencias que se le enfrentaban. Estaban acostumbrados a grandes batallas, a ganarlas gracias al genio táctico de Bonaparte y sus mariscales, y después a entrar sin oposición en las grandes capitales europeas como Viena, Venecia, Milán o Berlín.

Sin embargo, Zaragoza era una ciudad que a pesar de lo estratégico de su situación apenas contaba con unos muros de tapial como defensas y cuya guarnición militar era exigua. Nadie esperaba la resistencia que ofreció a los franceses, que no estaban acostumbrados a esa lucha en cada calle y en cada habitación, como ocurrió sobre todo por la zona de la Magdalena y en calles como la del doctor Alejandro Palomar o Viola, donde todavía hoy en día se ven las huellas de aquellos funestos días.

Fueron unos combates donde participaron ricos y pobres, ancianos, hombres, niños si hacía falta y por supuesto las mujeres. Y esto último no era un caso tan excepcional, pero su participación en acciones bélicas de este tipo ha sido tristemente silenciada por la Historia y las sociedades del momento. Hasta que llegó Zaragoza. Porque los Sitios fueron quizás el primer evento de esta índole en el que se reconoció de verdad la participación activa de las mujeres, ya fuera luchando, abasteciendo de comida y agua en primera línea de fuego, cargando fusiles y lo que hiciera falta. Ahí tenemos figuras como Agustina de Aragón, María Agustín, la madre Rafols, la condesa de Bureta, Casta Álvarez y un largo etcétera.

Pero hoy me centro en Manuela Sancho Bonafonte, la única persona que participó en los Sitios de la que se tiene constancia que fue fotografiada y cuya imagen se conserva. En el caso del asedio a la que fue sometida Gerona sí que existe alguna fotografía en la que se reunieron décadas después un puñado de supervivientes, pero no en el caso de Zaragoza. Por eso la fotografía de Manuela es tan excepcional.

Nació en el año 1784 en Plenas, una localidad del Campo de Belchite, y llegó a la capital del Ebro con 12 años cuando su familia se trasladó allí. Se sabe que durante el primer sitio se dedicó a proveer de alimentos, agua y municiones a los defensores de primera línea, mientas que en el segundo envite entre diciembre de 1808 y febrero del año siguiente luchó activamente contra los franceses. Destacó especialmente en la defensa del desaparecido convento de San José, situado extramuros de la ciudad junto al río Huerva por las actuales calle de Salvador Madariaga, el puente de la calle Jorge Cocci y Camino de las Torres.

La defensa del convento estaba bajo la dirección del coronel Mariano Renovales, quien se percató de las actuaciones de Manuela y la recomendó ante el general José de Palafox como «el mejor artillero». De hecho, el líder de la defensa zaragozana la menciona el 3 de enero de 1809 condecorándola con el Escudo de distinción (una cinta roja), y premiándola con una pensión diaria de 2 reales de por vida, la cual ya en 1815 le fue confirmada por el inefable Fernando VII que ya estaba de vuelta en España tras el conflicto. Durante los duros combates por la defensa de San José entre el 31 de diciembre y el 2 de enero, fue alcanzada por una bala en la calle Pebostre aunque logró sobrevivir.

Ya anciana, todavía se la describe como una mujer alta y vigorosa, y a pesar de estar aquejada de una fuerte sordera, le seguía gustando hablar de sus peripecias y lucir en los días de fiesta la cinta roja que le había otorgado Palafox. En 1862, pocos meses antes de morir, fue fotografiada para la posteridad. Murió casi a los 80 años de pulmonía un 7 de abril de 1863, y el ayuntamiento de la ciudad le rindió honores en la Real Capilla de Santa Isabel acudiendo una enorme cantidad de gente a rendirle homenaje. Fue enterrada en el por entonces recién creado cementerio de Torrero, aunque en 1908 sus restos se trasladaron a la cripta de la iglesia del Portillo para descansar junto a otras luchadoras de los Sitios.