Precisamente, todo comenzó el día de Santa Águeda, patrona de las mujeres y a la que estas piden protección para sus pechos. Ese día, el pasado 5 de febrero, Sara Álvarez era sometida a una biopsia que debía dictaminar la existencia o no de una lesión en uno de sus pechos tras la revisión anual. «Me decía a mí misma que no iba a ser nada. A los pocos días me llamaron para que acudiera a consulta», recuerda Sara, de 41 años. Acompañada por su hermana, Sara no tenía malos presagios. «Iban pasando los pacientes y a mí me dejaban para el final, lo que yo interpreté como algo positivo, pero era justo al revés. Yo era la última porque, conmigo, el doctor iba a estar más tiempo».

La sorpresa dio paso a la incomprensión. «Me preguntaba por qué me pasaba eso a mí. Sales de esa consulta con un montón de volantes para otro montón de pruebas y los primeros días son confusos. Se pasan muchas cosas por la cabeza».

El cáncer de mama le obligaba a cambiar de hábitos. En principio, el tamaño del tumor invitaba a operar, lo que imponía aparcar la pala de pádel que tantos buenos ratos le hacía pasar. Sara, deportista nata, tenía que bajar el ritmo de cara a ahorrar fuerzas para la operación (que será el 30 de este mes) y el tratamiento de quimioterapia. Incluso ya había buscado compañeras para sustituirle en el torneo de pádel que estaba jugando en un centro deportivo de Zaragoza. Pero una resonancia condujo a un cambio de planes. Sara debía pasar primero por la quimioterapia para reducir el volumen de la lesión. Los doctores Fernando Colmenarejo y Elena Aguirre, de Quirón, lo tuvieron claro desde el principio. «La práctica de ejercicio está recomendada y puede ser muy beneficiosa en muchos casos», sostiene la oncóloga. Así que Sara, pese a estar en pleno tratamiento de quimio (apenas le faltan dos sesiones), ha seguido practicando deporte a un buen nivel, llegando a participar en la última carrera contra el cáncer junto a sus amigos y a seguir jugando al pádel.

Aunque no ha sido fácil. Su gran reto ahora es vencer esa «carrera de fondo», como la habían denominado sus médicos, pero Sara encontró en el deporte la dosis extra de fortaleza que necesitaba, «Había días que la quimio me dejaba en cama todo el día. Teníamos que cuadrar los días en los que yo creía que iba a estar más o menos bien para jugar y tampoco quería decirle lo de mi enfermedad a todo el mundo», dice. En la ronda final, Sara cambió la gorra por el pañuelo y alzó los brazos. Había ganado la primera batalla. Ahora afronta la mayor. «Tengo ganas y también miedo. Quiero acabar con el bicho».

El deporte juega a su favor. Las últimas analíticas así lo indican. «Si hay fuerzas y es posible, es necesario luchar y seguir practicando ejercicio en la medida en que se pueda. Junto a mi familia, mi pareja, los amigos y la seguridad que me transmiten los médicos, el deporte me está ayudando mucho. Voy a por todas».

Y el beneficio es claro. Un estudio publicado en el 2008 mostró que las mujeres activas tras el diagnóstico de un cáncer de mama, tenían un 67% menor riesgo de recaída y un 45% menor riesgo de muerte que aquellas que tenían un estilo de vida inactivo. «Cada vez recomendamos de forma más fehaciente realizar ejercicio antes, durante y después de los tratamientos (correr, caminar, cinta...) porque libera endorfinas, baja la grasa magra y aumenta la muscular y mejora el funcionamiento cardiovascular», expone Aguirre.