"Primero fue mi abuelo, luego mi padre, y finalmente yo. Vivía a pocos metros de la vía, así que mi futuro estaba claro". Pascual Peña recuerda cómo su padre le puso a trabajar en el ferrocarril, con tan sólo once años. Seis décadas después, todavía siente el traqueteo del aquel tren que llenó su vida y la de tantos otros.

El pasado mes de mayo, antiguos trabajadores y simpatizantes del desaparecido tren de Utrillas, volvieron a luchar contra la inercia del olvido y consiguieron al menos por unas horas, que el vapor del viejo tren les envolviera de nuevo. Celebraban el centenario de su inauguración, y entre risas y anécdotas compartieron sus recuerdos de lo que para muchos fue "el orgullo de Aragón".

Pascual y sus compañeros se reúnen desde 1979 para conmemorar y revivir, entre amigos, todo lo que que el tren de sus vidas dejó atrás. La empresa de Minas y Ferrocarriles de Utrillas llegó a contar con cerca de 2.500 trabajadores. Era siempre un viaje de ida y vuelta, pero en cierto modo, un viaje que dejaba su huella en forma de humo allí por donde pasaba.

"Mi familia estaba muy vinculada al ferrocarril", comenta Pascual. El recorrido hasta Utrillas dejaba a su paso doce estaciones y 63 casillas-vivienda. En una de ellas vivía la familia de Pascual. "Allí no había ni agua, ni baños, ni nada. Sólo había hambre. Bueno, teníamos unas buenísimas hogueras porque nos hacíamos con las traviesas que eran desechadas de la vía...". Eran tiempos de escasez. La posguerra hacía estragos en las economías familiares. La familia de Pascual, como tantas otras, se arrimó al paso del tren.

"Era un trazado muy antipático. El punto más alto del trayecto dejaba la vía a 1.100 metros de altitud. Eso suponía ascender, en poco más de 100 kilómetros, casi 1.000 metros de altitud. Siempre teníamos muchos problemas con la nieve", señala Pascual. No era un viaje fácil ni cómodo, pero, en su momento, consiguió abrir nuevos caminos para la economía de nuestra región. El tren viajaba vacío a la ida, pero regresaba lleno de viajeros y carbón.

"Aquel era un gran tren", recuerda Pascual. Cuando entró a trabajar, en 1942, unos 300 vagones tolva transportaban la mercancía. La gente de los pueblos salía al encuentro del tren. Los niños de hoy no atenderían al paso de un tren. En aquel momento un tren podía mover a la gente, aun hoy lo consigue. Para ellos era el tren de hoy y el de mañana. Pascual no puede evitar un tono nostálgico cuando recuerda los últimos silbidos de aquel tren. "El ferrocarril fue perdiendo peso por la aparición de los camiones. Y al final... al final todo se fue al garete". El 16 de enero de 1966, la locomotora no volvió a encenderse.

A los primeros actos en conmemoración de este ferrocarril, acudieron tan sólo unos cuantos exferroviarios. Poco a poco, los asistentes a este acto fueron creciendo en número y en edad. Pascual, con 72 años, es el más joven de todos ellos. "Pensamos que debían acudir también nuestras esposas y, año a año, se ha ido sumando más gente. Incluso acuden personas que no trabajaron en el ferrocarril, pero que se sienten relacionadas de alguna forma" .