No son dos pastoras cervantinas, aunque por su espíritu reivindicativo podrían ser la reencarnación de aquella Marcela que defendía al pastor Crisóstomo en El Quijote; o de Gelasia en el libro VI de La Galatea. No. Son también dos mujeres luchadoras, con principios y con ideología. Dos cronistas que han escrito libros fundamentales para el periodismo: Sexografías (Melusina, 2008) de Wiener y Fuego Cruzado: Las víctimas atrapadas en la guerra del narco (Grijalbo, 2011) de Turati.

Marcela y Gabriela han decidido abandonar las redacciones en las que se encontraban. Gabriela Wiener, peruana, residente en España desde hace 11 años, acaba de dejar su puesto en la revista Marie Claire, donde trabajaba desde hace 3 años. Marcela Turati, mexicana, renunció hace unos meses en la revista mexicana Proceso, en la que estaba desde hacía cinco años porque, según sus propias palabras, "necesitaba más libertad y hacer otras cosas que no se ciñen estrictamente a lo que se considera periodismo". Los medios en los que se encontraban ya no responden al compromiso social que cada una a su manera enarbola. Son dos medios como los cientos que nos rodean, que buscan la noticia que no entrañe polémica y que no acusen a figuras poderosas.

Gabriela y Marcela se bajan del tren y se arriesgan por los caminos del freelanceo. Marcela se adentra cada vez más en el periodismo de investigación, en darle la vuelta a esta especialidad y poner el foco en las víctimas. En investigar las masacres, los migrantes desaparecidos, los periodistas asesinados en México. Y Gabriela bucea en la diferencia, en cuestiones de género, en la necesidad de integración del individuo, en la dificultad de ser, de conocerse y de acercarse al otro.

Marcela y Gabriela han coincidido en su rechazo a lo impuesto. Las dos se exponen y arriesgan en su trabajo de campo. Las dos han apostado por "contar". Por ocuparse de que las palabras relaten y expliquen. Sin embargo, Gabriela y Marcela, dentro del periodismo literario, son muy diferentes, el haz y el envés de la crónica.

La voz de la mexicana solo se explicita para enfatiza la credibilidad de lo que se está contando, para aportar verosimilitud a la guerra del narcotráfico. Lo habitual en sus crónicas es la narración en tercera persona, pero se percibe un sujeto que tiene muy clara su opinión y que no duda de qué lado está y cómo hay que presentar la realidad que denuncia.

La peruana Gabriela Wiener pone el cuerpo en sus crónicas. Literalmente. Desde el exhibicionismo mantiene un arriesgado equilibrio entre lo íntimo y lo público. Dialoga con el otro y se convierte en el otro. Se transforma probablemente en la más exquisita y vulnerable versión de periodismo gonzo. Estas dos pastoras siguen en la brecha, y esperemos que puedan seguir contándonos lo importante.