La cronista colombiana Patricia Nieto nos descubre el universo hiperreal y esperpéntico al que pertenecen los muertos del agua del río Magdalena. La reportera ha viajado a Puerto Berrío para rescatar del olvido a estos desaparecidos del conflicto colombiano. Nieto ha querido dejar constancia del silencio de estas muertes en Los escogidos (2012, Sílabas de tinta).

El río Magdalena está plagado de restos de lo que fueron seres vivos. Trozos de carne doliente. Un río que siempre ha traído riqueza y prosperidad consume paradójicamente estos trozos de carne doliente. Los pescadores pierden su inocencia el día que se encuentran por primera vez con alguno de estos cadáveres incompletos. Les llaman los pepes: "arrastrados por el río con un tiro de gracia en la frente. Si se quedan en la red es porque les han cambiado vísceras por piedras para que viajen a ras del fondo. Si flotan es porque llevan un mensaje que anticipa el horror que sobrevendrá a quienes no obedezcan las órdenes de los amos de la guerra" (27).

"Desde 1965, Colombia le tira muertos al río", le comenta Pacho, el dueño de la Funeraria San Judas. Dice haber puesto sus manos sobre 786 cuerpos de personas sin identidad conocida. "Gente de las acequias, de las ciénagas, del río Magdalena. Muertos del agua" (32).

Hay un lugar, Puerto Berrío, que se puebla de los murmullos de estas muertes. Los NN son los pepes del río que se salvaron de deshacerse en el agua y serán enterrados. Cuando llega el forense ya hay gente esperando para adoptar a este sin nombre. Las gentes presienten el alma doliente de estos restos y creen en el poder de sus ánimas errantes. Le dan un nombre para que, si no recupera su identidad, al menos adquiera un porqué en la vida eterna. Nelson Noel, Nervado Nevado, Nancy Navarro.

Estas almas renombradas acompañan a sus nuevos dueños. Les piden trabajo, salud, amores, y las ánimas complacidas parecen concederles dádivas y protegerles de todo mal. Todo el sufrimiento, las torturas que debieron de padecer momentos previos a la muerte se convierten en energía doliente en esta nueva identidad.

Este dolor de agua nos lo cuenta Patricia Nieto, que ha sabido acercarse a las víctimas en un proceso profundamente compasivo y honesto. Describe el dolor en este territorio y sus gentes, y la ternura que pueden despertar los huesos de un chico desaparecido. Como le sucede a Hismenia Carrasquilla cuando extrae los restos de su hijo Robinson. Nieto se acerca tanto al dolor que podemos sentirlo, pero comprende que no tiene derecho a tocarlo. No sabrá escuchar a los muertos pero sí a los vivos, y estas crónicas son una guía perfecta para aprender a cubrir el dolor y honrar a las víctimas.