Nunca la cara norte y la cara sur de los Pirineos estuvieron tan lejos. Ni siquiera antes de que se construyeran los túneles, las carreteras, que hoy en día facilitan el camino a los vecinos que comparten el mismo paisaje y raíces comunes. El coronavirus, las restricciones a la movilidad y los toques de queda alejan a las poblaciones que viven a apenas 30 kilómetros de distancia, como Bielsa y Saint-Lary Soulan, en el departamento francés de Altos Pirineos. Aunque los trabajadores transfronterizos tienen derecho a seguir circulando, todos los viajes de ocio y comercio se han reducido a la mínima expresión.

Así lo atestigua Toni Mazcaray, propietario de Supermercado Mazcaray, en Parzán, el primero que se encuentran los viajeros cuando salen del túnel de Bielsa-Aragnouet en el lado español. «Vamos tirando como podemos, ha sido un año muy malo. Hemos estado cuatro o cinco meses cerrados, en los meses en los que ha habido confinamientos estrictos aquí o allí, y ahora que estamos abiertos, facturamos el 20% de lo que sería habitual», asegura.

Él es también el propietario del estanco de Bielsa, uno de los lugares más buscados por los turistas que pasan a España en busca de tabaco a la mitad de precio del que pueden comprar en Francia. «Esto es casi sobrevivir, porque allí también hay restricciones, y solo pasan los habituales, los vecinos de la zona, y hay que recordar que como en Sobrarbe, es un entorno que vive del turismo y tiene pocos habitantes», explica. Lo confirma el alcalde de la localidad, Miguel Noguero: «Hay mucho recelo sobre si se puede venir o no. Los que pasan, son vecinos del otro lado de la frontera».

José Buil, nacido en Bielsa pero afincado en Saint-Lary-Soulan desde que tenía 20 años, es el secretario del ayuntamiento de esta localidad francesa de menos de mil habitantes. La principal economía de la zona es la nieve, que vive un parón similar al de las pistas aragonesas. Allí, las estaciones --que son de titularidad municipal--, están abiertas, pero con los remontes cerrados. O sea, que solo se puede disfrutar de la nieve en raquetas, con trineos, o para hacer esquí de travesía, lo que apenas representa un 10% del volumen de negocio.

Sin turismo en Aínsa

«Los remontes reportan directamente a Saint-Lary 14 millones de euros cada temporada, y se estima que un euro en las pistas se transforma en 7 euros en los alrededores. O sea, el cierre de los remontes está dejando unas pérdidas de en torno a 100 millones de euros en la economía local», explica Buil. La situación se repite en los cercanos valles de Aure y Louron, donde el impacto económico se estima en 200 millones de euros. Aquí, el impacto principal se produce por la ausencia de turistas franceses, pero los esquiadores españoles son el 8% y «determinantes» para la viabilidad de estas estaciones en fechas señaladas como el puente de la Constitución, Reyes y Semana Santa. «Es la primera vez que ocurre algo así; esto era inimaginable. Ni siquiera desde antes de que abriera el túnel, en el 76, las relaciones transfronterizas habían estado tan paradas», reflexiona Buil.

El impacto, en el lado español, se concreta entre otras cifras en que Aínsa perdió «la mitad» de sus turistas respecto al 2019, aunque los franceses fueron los terceros visitantes «por detrás de catalanes y aragoneses», explica el alcalde, Enrique Pueyo.

El alcalde de Canfranc, Fernando Sánchez, hace la misma lectura. «Dependemos de la movilidad y el turismo. Los principales afectados son los comercios y los estancos, que dependen del tránsito de franceses», indica. Un camino de ida y vuelta por los Pirineos que parece más escarpado que nunca.