Lo que une a los carnavales de Épila y de Bielsa, dos localidades tan separadas geográficamente, es que ambos no dejaron de celebrarse durante el franquismo, lo que ha permitido la supervivencia de dos tradiciones que datan de tiempos inmemoriales.

En la villa del Jalón, las mascarutas y los zaputeros, nombres que adoptan sus figuras carnavalescas, la política actual, en particular el proceso independentista de Cataluña fue el eje de numerosos disfraces y carrozas.

«Hay muy buen ambiente, como todos los años», explicó Nieves, que acudió con toda su familia a la fiesta.

En el otro extremo del mapa, en la villa pirenaica de Bielsa, hizo un buen día, según señaló el concejal Pedro Sampietro. «Daban mal tiempo y ha sido al revés», añadió.

Esta circunstancia hizo que el ancestral carnaval del Sobrarbe recibiera una gran afluencia de público para ver a sus curiosos personajes, como las trangas, que son los jóvenes solteros cubiertos por una piel de macho cabrío, cornamenta incluida.

Las madamas, papel que representan las jóvenes solteras, llenaron con su colorido las calles en una jornada en la que se volvió a vivir un rito que los historiadores consideran anterior al cristinamismo y que causa una gran sorpresa a quienes lo presencian por primera vez, con estrambóticos personajes como el onso y el domador y la garreta.