Manuel (nombre ficticio) es un zaragozano que ha vivido en primera persona la incertidumbre que genera saber que uno se encuentra en una lista de espera tan larga para solucionar un problema del que desconocía la gravedad y además en un órgano tan sensible como es la vista. Su primer varapalo llegó cuando, después del estado de alarma, acudía al centro de especialidades de Ramón y Cajal, en el paseo María Agustín, con la esperanza de que la pandemia le diera una tregua a su hija y pudiera por fin ser tratada por un oftalmólogo. «Lo primero que nos dijeron en la ventanilla es que nos daban cita para dentro de tres años». Jarro de agua fría a sus esperanzas de atajar el problema.

En su caso, la solución acabó siendo la de no esperar y eligió el camino más rápido, ponerse en manos privadas, pero lamenta que esa sea la vía, sobre todo porque, según argumenta, evidencia una «gran injusticia social», y es que las listas de espera estarán provocando que muchas familias no se lo puedan permitir y, por tanto, no tenga un remedio su enfermedad. «No puede ser que la Administración permita que haya una sanidad solo para el que se la pueda permitir, que la atención médica para casos que pueden ser graves, o acabar siéndolo si no se tratan a tiempo, dependa de los ahorros que cada uno tenga. Entiendo que el coronavirus está dificultando todo mucho pero hay otras enfermedades que no se pueden dejar aparcadas durante tanto tiempo», expone Manuel.

En el caso de su hija, explica, al final la dolencia fue algo «más leve de lo que pensábamos». Unas dioptrías más a la miopía que ya padecía y asunto resuelto. No ha sido un dineral para la economía familiar pero piensa en los casos en los que sí cueste mucho, e incluso en los que el precio pueda ser inasumible.

La situación, en el caso de su hija, era más preocupante por los antecedentes que tenía en su historial, también relacionados con la vista. Cuando era más pequeña «tuvo lo que se llama enfermedad del ojo vago» y estuvo mucho tiempo intentando corregirlo. «Es sorprendente cómo actúa el cerebro cuando detecta que un ojo no funciona como debería». Pero actualmente está mucho mejor, tampoco la miopía está pudiendo con sus ganas de estar recuperada. Sin embargo, el duro revés en el Ramón y Cajal, los meses del estado de alarma en los que casi todas las citas de especialidades se tenían que posponer por seguridad ante el covid-19, y la sensación de desamparo e impotencia que deja engrosar una lista de espera como la de Oftalmología, no han desaparecido.

SIGUEN LOS PROBLEMAS EN TRAUMATOLOGÍA

«Debo fingir para poder trabajar»

Abundan los casos de las lesiones laborales que tienen una repercusión mucho mayor de lo que se espera en un principio. Uno de ellos le ocurrió a Miguel Ángel, un vecino de Zaragoza que empezó a notar dolores en su rodilla un día después de su jornada laboral pero no le dio importancia por miedo a que le dieran la baja: «Podía ir a trabajar y no cogí la baja, pero di un bajón y antes de que fuera un problema me echaron de la ETT en la que estaba trabajando», señaló Miguel Ángel.

«Me lesioné la rodilla, estuve esperando porque pensaba que no era nada del otro mundo pero no fue a menos y tuve que ir al médico», manifestó. Los médicos, según este vecino de Zaragoza, le dijeron que tenía una lesión de menisco y que le llamarían con el transcurso del tiempo. La realidad es que los especialistas no saben la lesión que padece, lleva cinco meses esperando una respuesta y, además, con la situación anormal que se ha vivido estos meses tampoco pudo asistir a las pertinentes revisiones médicas. Una travesía por el interrogante.

«Cuanto más cosas hago más me duele y el sábado pasado la tenía hinchadísima», aseguró Miguel Ángel. Entonces se decidió por ir a urgencias: «Fui a urgencias a ver si podían agilizar los trámites, a ver si me podían decir qué es lo que tengo porque no saben lo que tengo». La respuesta fue negativa: « Me dijeron que no, que la exploración había reflejado que no era grave».

Miguel Ángel, con la intención de demostrar que la situación es preocupante y necesita una solución, le dijo al personal que le atendió que iba «arrastrando la pierna». No obstante, la respuesta que recibió fue de que ya lo sabían pero que al fin y al cabo «iba andando», expuso notablemente disgustado. «Si ese es el baremo..., les dije». E incluso le dijeron que si quería formular una queja. «Cada vez el muslo derecho lo tengo más atrofiado, la pierna derecha parece de un abuelo de 80 años y la izquierda de un deportista de élite», señaló.

«Aquí no mueve ficha nadie. Nunca me he lesionado, no he ido mucho al médico, tampoco soy hipocondríaco, pero para una vez que me lesiono voy a perder un año de mi vida», lamentó.

Los objetivos de Miguel Ángel a corto plazo giran en torno a la búsqueda de un trabajo, y por ello quiere que su situación salga de esa travesía por la interrogación lo antes posible: «Yo solo pido que me arreglen esto para poder trabajar porque me encuentro en la tesitura de que no estoy cobrando nada». Asimismo, subrayó el panorama que se avistaba en el futuro más inmediato con una anomalía en su pierna que apenas le permite moverse: «Ahora para buscar trabajo tengo que fingir que estoy bien porque lo necesito, si se me nota alguna cojera tendré que decir que es otra cosa o que estoy bien». Esta es solo otra de las muchas situaciones que se viven día tras día.