Lleva cinco años en España y ya es una más. No solo lo dice ella, sino también alguno de los clientes que frecuentan el bar que Fan Ke regenta en el centro de Zaragoza. Trabaja allí a la vez que cursa estudios de Diseño. «¡Lo hace todo!», completa un hombre desde la barra, un cliente habitual del establecimiento.

Sin embargo, como sucede con casi todos ellos, los comienzos fueron difíciles. La aclimatación no fue sencilla al principio y el idioma supuso la barrera más importante, porque fue el culpable de que las primeras semanas en el país resultasen más complejas de lo que pudiera parecer. «La pronunciación, la gramática... es complicado», se defiende. Tampoco estaba acostumbrada a la comida, aunque ahora la destaca como lo que más le gusta de España: «Me encantan el jamón y la tortilla», reconoce entre risas.

Afirma no haber sentido ningún tipo de rechazo por sus marcados rasgos asiáticos, aunque admite que existen ciertos comportamientos que sí le incomodan: «Por ejemplo, que me llamen chinita. Quizá a otras personas no les molesta, pero a mí sí, aunque sobre todo pasa con los niños y niñas que son más pequeños», asegura.

Si la gente no ha sido problema a la hora de sentirse a gusto en Zaragoza, tampoco lo han sido las costumbres ni la cultura. Cuenta que le sorprendieron especialmente los horarios, y de forma muy grata: «Creo que hay mucho tiempo de descanso y muy poco de trabajo», opina con una media sonrisa, influida por la forma de trabajar que impera en su país de origen y otros cercanos como Japón o Corea del Sur, donde existen horarios laborales abusivos que dejan muy poco tiempo para otras actividades al margen de sus labores profesionales.

Tan conocida como su excesiva entrega al trabajo es su carácter cerrado y poco dado a establecer vínculos con personas procedentes del extranjero, y, en ocasiones, incluso de su propio país. Puede tratarse de un mito o no, pero lo cierto es que en el caso de Fan Ke se cumple: comparte avenida con otro bar y una peluquería cuyos dueños son también de nacionalidad china, aunque afirma que la relación entre ellos no es cercana. Tampoco con los repartidores del mismo país que de vez en cuando acuden a suministrar los productos del bar: «Hablamos en chino y así nos conocemos, pero tampoco somos amigos», recalca.

Ke es un ejemplo de los más de 8.000 chinos que habitan en Aragón y una muestra de integración en la sociedad. «Me siento contenta en la ciudad», dice. Construir un futuro empezando desde cero es posible. Lo único imprescindible es la voluntad.