Mucha gente me comenta impresionada las fotos que dio este periódico el domingo; o sea, aquellas imágenes de las verjas que protegen las turbinas de la central de Mequinenza casi obstruidas por abigarradas colonias del mejillón cebra. Con lo que nos habíamos choteado (servidor el primero) del bichito en cuestión y ahora resulta que nos va a plantear problemas muy serios y gastos millonarios. Es lo que tienen las crisis medioambientales: que primero parecen manías o paranoias de los ecologistas y luego nos caen encima como auténticas e inevitables catástrofes. Pasamos del ¡je, je, je! al ¡ay, madre mía!

El mejillón cebra es una plaga que habrá de extenderse fatalmente por embalses y tuberías por la simple razón de que la gente es de por sí descuidada y no calibra el carácter dramático de este asunto y porque las autoridades no van a poder, hagan lo que hagan, imponer un cinturón sanitario para controlar tropecientas embarcaciones, aparejos de pesca, bikinis y chismes que cada día se sumergen en las aguas infestadas. De aquí a unos años colonias del molusco obturarán conducciones e instalaciones y las instituciones públicas tendrán que empezar a gastar grandes cantidades de dinero en combatir la inavasión (esto es precisamente lo que ha pasado en los Estados Unidos).

Lo más deprimente de esta historia es que tampoco servirá para que escarmentemos. ¡Qué va! En Aragón llevamos mucho tiempo tratando el medioambiente como un producto de usar y tirar. Desde los más altos valles pirenaicos hasta la estepa próxima a Zaragoza; desde la cabecera de los ríos hasta sus emponzoñadas riberas bajas, aquí cualquiera puede hacer lo que le plazca (sobre todo si es un cualquiera poderoso). La ecología no figura entre nuestras inquietudes. Sólo de vez en cuando vemos fotografías como ésas de las rejas extraídas en Mequinenza y alucinamos con los mejillones. ¡Si por lo menos valieran para servirlos en el aperitivo!