En el delicioso pueblo pirenaico de Gavín tuve la oportunidad de leer detenidamente el libro de Esteban C. Gómez El eco de las descargas. Allí vi la fotografía de José Pascual Duaso, cura párroco en el pueblo de Loscorrales, cerca de Ayerbe, donde fue asesinado el 22 de diciembre de 1936 a los 56 años de edad por tres falangistas, cuyos nombres y apellidos se conocen perfectamente.

De momento, me quedé algo perplejo. En plena controversia por la recuperación de la memoria histórica y de las víctimas franquistas, hasta el momento habían salido a relucir las decenas de miles de fusilados durante la guerra civil y en los años posteriores del franquismo, las fosas repletas de muertos, los ajusticiamientos sin justicia o con un vodevil de justicia. Otros llevaban años beatificando y canonizando clérigos matados desde el bando republicano, batiendo récords en la multisecular historia del catolicismo con ascensiones a los altares de centenares de "mártires" en un mismo día. Sin embargo, no podía apartar mis ojos de aquella fotografía: el cura de Loscorrales había sido asesinado por los que tenían como lema "Dios, Patria, Familia, Orden", por los avalados y alentados por la Iglesia Católica, por quienes se tenían por defensores de la religión. ¿Mosén Duaso era considerado también "mártir"?

Al parecer, a José Pascual Duaso lo asesinaron por comunista, ya que, según algunas fuentes, realizaba algo tan comunista y tan poco cristiano como repartir lo que tenía, incluida la leche de su vaca, entre los más necesitados de Loscorrales. Aquel asesinato conmocionó al pueblo, pero como el horno estaba para pocos bollos en aquel entonces, salvo para el miedo y el fanatismo, tuvieron que pasar varios años para que alguien se atreviera a colocar una lápida en su sepultura. El cura de Loscorrales nunca será incluido en la larga lista de mártires beatificados y canonizados por la Iglesia Católica, y todo por culpa de la geografía: matan a uno en un lado y aparece un mártir; matan a otro en el otro lado y desaparece del mapa.

Hacen trampa, mienten, manipulan. El cardenal Rouco Varela afirmaba hace unos meses que los clérigos asesinados desde el lado republicano no eran mártires de la guerra civil, sino de la fe. Sin entrar aquí y ahora en cuestionar semejante afirmación, Rouco ignora, por ejemplo, al cura aragonés asesinado por falangistas. ¿Es que acaso J. Pascual Duaso no obraba movido por su fe? ¿En qué se fijan realmente los jerarcas católicos: en la fe o en el bando donde cayeron los asesinados? Manuel de Irujo, ministro de Justicia del Gobierno de la República y católico convencido, ya se lamentaba por aquel entonces en una carta dirigida al cardenal Vidal y Barraquer de que la Iglesia "figurara como mártir en la zona republicana y formando en el piquete de ejecución en la zona franquista".

Quienes proclamaban que el levantamiento militar y la guerra civil eran una "cruzada" contra el ateismo y el comunismo fusilaron en el País Vasco también a 16 sacerdotes, 13 diocesanos y 3 religiosos, por cometer el horrible crimen de adscribirse a una concepción de su tierra federalista o independiente. Esos sacerdotes tampoco existen para Rouco Varela o para el vicepresidente de la Conferencia Episcopal, Antonio Cañizares, los mismos que han invitado a rezar "por la unidad de España", según ellos un "bien moral" previo "al ordenamiento jurídico positivo". Son tramposos, hipócritas, taimados. Quedan más sacerdotes asesinados por el bando franquista. Por ejemplo, en Galicia, en La Rioja, en Castilla, en Baleares. Aduciré brevemente sólo al sacerdote mallorquín Martín Usero, que perpetró el gravísimo delito anticristiano de ayudar a escapar a unos cuantos republicanos, carne inmediata de ejecución de haber sido detenidos. No se trata de comunistas ateos, anarquistas incendiarios u obreros comecuras. Son sacerdotes católicos, seguramente comprometidos con su pueblo, coherentes con sus convicciones. Fueron condenados a morir en el paredón, cosidos por las balas del pelotón de ejecución, y siguen estando condenados por los suyos al olvido. Mediante sus ritos perdonan cualquier yerro moral, pero las desviaciones políticas, jamás.

Frente a la memoria histórica reivindicada por unos está la amnesia (voluntaria) histórica de otros. Éstos no quieren olvidar, pasar página o superar conflictos pasados: siguen canonizando a los suyos, recordándolos en las miles de placas existentes en sus iglesias, obviando su protagonismo en el asesinato de decenas de miles de españoles. De ahí que esa presunta amnesia resulte tan vergonzante. Personalmente, me produce verdaderas náuseas.

Profesor de Filosofía