Es un martes cualquiera por la mañana. Margarita Hernández, de 83 años, espera a que sus vecinos le traigan la compra. Es viuda y vive sola. Una soledad que se ha acentuado durante el Estado de Alarma y el confinamiento, pues aunque se comunica con sus hijos y nietos por videollamada, todos viven en otras ciudades y el contacto diario con sus vecinos es apenas el único que tiene en todo el día. «Al principio salía a hacer la compra casi todos los días, aunque eso al final es un riesgo para mí y para el resto. Por eso mis vecinos se están encargando de hacer la compra de todas las personas mayores que vivimos en el edificio», explica.

Es una de las miles de personas mayores que pasan el confinamiento en soledad. Sin embargo, se muestra temerosa con respecto a la posibilidad de salir a la calle, ante el miedo de ser contagiada: «Si he evitado hasta ahora pisar la calle es precisamente por eso, hasta al ir a comprar el pan soy vulnerable de coger el virus. Por eso mi idea es esperar todavía un poco más o salir lo mínimo de casa hasta que la situación sea un poco más favorable».

En palabras de Ana Belén Correa, miembro del grupo de psicología del envejecimiento del colegio, el confinamiento aparece agravado en algunos casos por la imposibilidad de salir de casa o la falta de contacto con el exterior: «El tema de la soledad en las personas mayores es algo que existe desde hace mucho tiempo, pero que se ha empezado a visibilizar ahora un poco más en estas circunstancias. Esas personas que se encuentran en una situación de confinamiento lo agravan todavía más cuando no pueden salir de su casa con libertad. Todo eso que tenían y ya no lo tienen puede costarles comprenderlo. Además, tampoco es la misma la situación de una persona mayor que vive sola que la de alguien que vive con sus familiares o que está en residencias», asegura la psicóloga.

En este sentido, Correa opina sobre el sentimiento de frustración que muchas personas están experimentando durante esta cuarentena y comenta algunos de los recursos que tenían estas personas para combatir la soledad: «Es la frustración que comparte mucha gente que tenía en mente es posibilidad de poder salir en poco tiempo. Esa sensación va unida en ocasiones a la de que esto no tiene fin, de que no van a volver a ver sus familiares, amistades. Para gestionar todo esto hay teléfonos con los que se pueden poner en contacto para transmitir como se sienten, y que dan ese soporte emocional y de acompañamiento».

Jesús vive en una residencia para personas mayores. Aislado por el coronavirus como tantos otros, aunque afortunado porque en su residencia todavía no ha habido ningún caso. Durante este confinamiento recibe llamadas periódicas de Karina Almache, voluntaria de Adopta un Abuelo y desde que empezó el Estado de alarma es la voz que escucha por teléfono para hacerle compañía. «Había acabado mi formación y necesitaba hacer alguna actividad. Y esto me interesó bastante porque yo no había conocido a mis abuelos y quería tener esa experiencia», expresa. «Antes lo hacía con una compañera y nos coordinábamos para que Jesús no estuviera solo. Ahora que mi compañera se ha tenido que dar de baja no tengo tanto contacto, pero le voy llamando para ver cómo está», añade Almache.

Así, la voluntaria asegura que Jesús le dice que está llevando bien el confinamiento y que piensa en cuando se puedan volver a ver en persona: «Lo está llevando muy bien, porque entiende que están bien. Dice que nos echa mucho de menos, y se alegra de que tanto mi familia como yo nos encontremos bien. Sé que es una persona a la que en este tiempo le gusta salir a tomar el sol y disfrutar del aire libre, y ahora no lo puede hacer, pero lo intenta llevar de una manera positiva tal y como es él. Él piensa y mira al futuro, al día en que nos volvamos a ver. Lo que dice es que dentro de poco nos podremos volver a ver», concluye.