Doce de la mañana en la estación Goya en la capital aragonesa. El próximo tren de la línea de Cercanías pasa a las doce y media, y de momento, mucho antes de que aparezca por el túnel, no hay ni una sola persona en el andén. Tras media hora de espera, avisan del retraso del tren. En ese instante sí aparecen dos mujeres, madre e hija, para coger el tren para ir hasta Utebo. Son pocos, muy pocos. Ya lo eran pero ahora menos todavía. Es una estampa habitual estos días de nueva normalidad, mucho más de lo que a Renfe le gustaría. ¿Por qué hay tan poca gente para coger el tren? «Cuesta el doble que el autobús, que además, pasa cada quince minutos y no cada 30 o una hora como el tren», responde Claudia Simón, usuaria de este transporte público.

Aurora Cortés, apoya la opinión de su hija: «Si costase lo mismo ir en tren que en autobús, ni te lo piensas, coges el tren», asevera, al tiempo que apostilla que «lo que tiene de malo el Cercanías es que las tarjetas caducan». Estos meses de pandemia del coronavirus la afluencia de pasajeros está siendo mínima pero, sin embargo, en las circunstancias actuales y escuchando las opiniones de las escasas viajeras que aparecen por la estación, animan a usarlo. Alaban «su seguridad frente a otros medios de transporte como el autobús o el tranvía» porque su ínfomo uso es un valor en alza en una época en la que el distanciamiento interpersonal es oro puro.

Aunque esta valoración positiva del tren y la protección que proporciona a los viajeros no nace precisamente de la existencia de dispensadores de hidrogel en los vagones, ni de asientos marcados para no usarlos y así mantener la distancia de seguridad, porque no los hay, sino de la propia falta de usuarios de la línea.

Claudia apunta que se siente «más segura yendo en tren» porque la baja afluencia favorece a «que haya más amplitud» en los vagones y exista «muchísima distancia entre los viajeros».

«Nunca he visto a alguien sin mascarilla en el tren, pero en el bus, hay personas que se la quitan o se la ponen por debajo de la nariz», asegura ella. Su madre añade que el Cercanías además «está muy bien climatizado», por lo que la mascarilla en el vagón molesta menos. Son razones que les motivan a usar el tren en lugar del autobús y a valorar tanto este servicio público.

Llega el tren. Una vez en el vagón, se confirma la ausencia de restricciones en el uso de los asientos y la falta de dispensadores de gel desinfectante, pero también la cantidad de plazas vacías. La seguridad recae en la baja demanda y las personas que se suben tienen dónde elegir para sentarse sin necesidad de estar detrás o al lado de otro pasajero. Y, frente a la falta de máquinas dispensadoras de gel, Aurora Cortés responde que «todo el mundo lleva ahora un bote en el bolsillo» como alternativa, así que no ven tanto problema.

Hay pasajeros que utilizan el tren en lugar de su coche incluso entre Delicias y Miraflores, en el casco urbano de Zaragoza, «porque no suele haber sitios para aparcar, y así te ahorras ir con el coche», cuenta Jolita, otra usuaria esa mañana que, en su caso, subía al Cercanías «por tercera vez» en su vida. La baja demanda se achaca al aumento de precio del billete pero, sin embargo, la línea Casetas-Miraflores tiene viajeros leales que estos días disfrutan más de la bajada del uso, sobre todo cuando hay tantos rebrotes y casos de coronavirus en las noticias de Aragón y Zaragoza. Si el tren volviera algún día a sus cifras habituales, previos al coronavirus, el oasis de seguridad actual para sus escasos pasajeros se vería alterado, y puede que las restricciones serían todavía mayores.