La Gaceta de Madrid publicaba el 11 de 0ctubre de 1763 un real decreto del rey Carlos III (promulgado por el monarca el 30 de septiembre anterior) en el que se establecía, a beneficio de los hospitales, hospicios, y otras obras pías, una Lotería o Beneficiata, cuyo primer sorteo habría de celebrase el próximo 10 de diciembre en la Sala del Real Consejo (ayuntamiento) de Madrid. Y para animar a los españoles a jugar, incluso se publicó un libro gratuito, en el que se explicaban las reglas y modo de efectuar las apuestas.

El nombre de Beneficiata, con el que también se conoció en España al juego de la lotería (lotes de premios que entran en suerte) vino importado de Italia, donde desde hacía años ya existía, con el nombre de Lotto (nombre que allí recibía el billete de la apuesta) y Beneficiata, que en Italia también se usaba para referirse a la obra de teatro que se ponía en escena para recabar fondos en beneficio de un actor de la compañía. De manera que la lotería, aun para procurar un bien personal, no nació ajena al altruismo y a la filantropía.

Los españoles se aficionaron pronto y mucho al nuevo juego. Hasta el punto de que en apenas dos décadas, la recaudación para el Estado había llegado a ser tan alta que en diciembre de 1792 el rey Carlos IV dispuso mediante real decreto que, en adelante, el Ministro de Hacienda sería a su vez superintendente nato de la Lotería.

En nuestro país, el juego consistió primeramente en la extracción de cinco números del 1 al 90, en un orden determinado. De manera que las suertes podían jugarse al extracto simple de los números, o al previamente determinado en la apuesta por el jugador, siendo -en este caso- el premio muy superior, a la vez que también mayor el precio de la apuesta.

Posteriormente, la Cortes de Cádiz, que afianzaron las bases de la beneficencia pública en España, aprobaron -el 13 de febrero de 1812- la «Instrucción de la Lotería Nacional de España» (también conocida desde entonces como lotería moderna) que habría de ser «igual a la que hace muchos años se halla establecida en Nueva-España» (virreinato español de América del Norte). Y es que allí, el 13 de mayo de 1771 se había celebrado en el ayuntamiento de la ciudad de México el primer sorteo, el cual -desde sus inicios hasta hoy- fue cantado por «niños gritones». Costumbre a la vez exportada desde la metrópoli hasta las tierras hispanas de América, puesto que apenas dos meses antes, el 9 de marzo de 1771, habían sido niños del colegio de pobres y huérfanos de San Ildefonso quienes habían canturreado en Madrid los números ganadores de la lotería.

El colegio de San Ildefonso había nacido bajo la inspiración de las ideas pedagógicas del valenciano Luis Vives (1493-1540), a su vez muy influyente en la obra educativa del aragonés San José de Calasanz, quien en su obra “Subventione Pauperum” ya señalaba la importancia de la educación de la infancia, mediante el aprendizaje de la lectura, mezclado con la doctrina de la Iglesia. De ahí que a los del colegio de San Ildefonso también se les conociera con el nombre de niños doctrinos. Colegio a su vez muy ligado a la propagación de la doctrina de la virginidad de María (defendida secularmente por la monarquía hispana, desde los Austrias, en oposición a las ideas del protestantismo), uno de cuyos primeros y más firmes defensores había sido el santo que dio nombre a la pía institución, San Ildefonso (607-669), arzobispo de Toledo y autor de la obra De Perpetua Viginitate Sanctae María.

A partir de 1787, los niños del colegio de San Ildefonso tuvieron una cartilla propia «llamada silabario) para aprender a leer y a escribir con corrección. De manera que qué mejores pregoneros que ellos para dar la buena nueva a los afortunados. ¡Menuda lotería!