El Mercado Central de Zaragoza es una de las mayores joyas del Modernismo en Aragón. Construido hace ya 115 años (los cumplió el 23 de junio) su actualidad pasa por la reforma que buscará recuperar rasgos de su aspecto original, como el color o los techos, ocultos tras las marquesinas instaladas a lo largo de los años y los cambios que ha sufrido. Esta intervención, que comenzó hace unas semanas, espera concluir sus trabajos el año que viene pero, mientras tanto, las obras permiten ya observar este monumental mercado desde otra perspectiva.

Así, la eliminación de las láminas laterales translúcidas deja al descubierto las columnas metálicas y sugieren otra cara del mercado. Pero no es el único ejemplo de lo que la intervención dejará ver; esmaltes en los techos y otros detalles saldrán a la luz después de décadas ocultos. «La importancia, no solo del edificio, sino de que esté ahí el mercado es enorme», destaca el director de Gozarte, Carlos Millán, quien recuerda que, originalmente, en Zaragoza el mercado se situaba en en las inmediaciones de la plaza España. Un cambio de ubicación que, además, supuso otro logro para la ciudad: «En el siglo XII, los monarcas aragoneses lo trasladan de Puerta Cinegia y ahí radica el éxito del barrio de San Pablo.

Uso del hierro

Desde entonces y hasta el siglo XIX, en la zona se situaban los puestos de los comerciantes. Una situación que cambió a principios del siglo XX, cuando ve la luz de la mano del turiasonense Félix Navarro, arquitecto formado en Madrid que conoció la Exposición Universal de París. Allí descubrió la Torre Eiffel, «una demostración de lo que se podía hacer con el hierro». De esta forma, Navarro se decantó por el hierro para su obra, aunque su decisión no estuvo exenta de problemas, ya que no gustaba en aquel momento este material. Por ello, decidió utilizar otros que lo enmascaran, como el ladrillo. No obstante, el uso del hierro permitió la creación de una «nave diáfana enorme» para disponer los puestos que, unida a la original menor altura de los mismos, generaba una sensación de amplitud mayor que se ha ido perdiendo con las sucesivas reformas. En esta «arquitectura parlante» el edificio habla, puesto que relieves, esmaltes y otros detalles cuentan la función del edificio y de los que allí trabajan. «En las fachadas laterales, enfrente de Casa Gavin, hay un relieve muy bonito con una colmena con tres abejas alrededor, y estas tienen cabeza humana: son los comerciantes, laboriosos», describe sobre uno de estos elementos.

Millán reivindica la necesidad de recuperar el valor patrimonial de este edificio único de la ciudad.