También son de riesgo y no tienen la posibilidad de aislarse en sus casas, con todas sus comodidades, hasta que pase la pandemia del coronavirus. Las personas sin hogar pasan estos días como pueden, algunas sobreviviendo en la calle, como acostumbran, y otras enfrentándose a la difícil convivencia en el albergue municipal y el Refugio de Zaragoza, donde las puertas están cerradas, no aceptan más usuarios ni permiten que salidas durante el día.

Qué se lo pregunten a Emir, que ayer intentó acceder al Refugio y no pudo. Sentado en la puerta de una panadería apenas sumaba dos euros con la calderilla que se asomaba por su vaso de cartón. «Estos días no pasa nadie por la calle y los que lo hacen ni me miran», explica con cara de frío.

El día lluvioso no acompaña y la soledad es mayor con un país encerrado en su casas, en sus sofás y con conexión a internet. Tiene 50 años y lleva seis meses viviendo en la calle. «Trabajé en la fruta pero a nadie le interesa mi currículum», añade.

Asegura que no tiene miedo al coronavirus, y eso que admite que en sus circunstancias no puede permitirse el lujo de estar lavándose las manos con frecuencia y menos con gel desinfectante. «El único virus que tengo yo es el de la pobreza», dice resignado, porque no hay país, gobierno autonómico ni ayuntamiento capaz de erradicar la pobreza extrema en la que viven muchos.

Estos días Cruz Roja ha redoblado sus esfuerzos y desde ayer visita a las personas sin hogar también al mediodía, además de por la noche. Gracias a la parroquia del Carmen ahora podrán proporcionar una comida a las diez personas con las que llevan años trabajando y que son crónicas. Según explican desde la entidad, quieren mantenerse en permanente contacto con ellos para asegurarse de que están bien y poder proporcionarles atención sanitaria si fuera necesario. En cambio, Bokatas se ha visto obligado a suspender su ruta nocturna. «Somos un foco de contagio».

En el albergue municipal hay un centenar de personas confinadas y obligadas a convivir como poco, durante 15 días. Nadie sale y nadie entra para evitar contagios, salvo casos justificados. Además de esta prohibición, también han visto alteradas sus rutinas. Ahora ya no pueden jugar a la baraja ni a los juegos de mesa, requisados por haber dejado de ser una alternativa de ocio y distracción para convertirse en una fuente de contagio, y tampoco comen todos juntos. Se han organizado turnos, de manera que solo haya unas 40 personas en la misma sala que, a ser posible, deben mantener un metro de distancia entre unas y otras.

En el Refugio, donde tienen una habitación preparada por si hay algún caso, ayer permitieron a sus usuarios salir a por tabaco. Su presidente, Santiago Sánchez, que explica que han redecorado las instalaciones con dispensadores de gel desinfectante, admite que por ahora hay calma y que todos están concienciados de la importancia de mantenerse aislados, pero quién sabe qué sucederá en una semana.

Aunque con cambios en el protocolo, seguirán manteniendo el reparto de alimentos al medio centenar de familias que cada día acude en busca de comida. Ayer faltaron a la cita unas diez y el resto tuvo que lavarse las manos antes de entrar y antes de salir. «Ahora nos toca a todos implicarnos para evitar más contagios», comentó.