No era un día más. Un grupo de mayores de la residencia Orpea de Zaragoza, en la calle San Juan de la Cruz, salían este jueves por primera vez de su centro para hacer una excursión en grupo. La vacuna ha permitido flexibilizar las medidas de contingencia contra el virus en los asilos y a ello le deben la primera salida conjunta que realizan en un año. Y el destino de su corto pero simbólico viaje no era baladí, la basílica del Pilar.

Todo estaba organizado: el ramo para la virgen, comprado; las mascarillas corporativas, puestas; el gel hidroalcohólico, restregado por las manos; y los termómetros, en la frente. «Ay, cuida no me vaya a salir fiebre ahora y no pueda ir», decía risueña una de las residentes, María Luisa Puri, natural de Alagón. «Buh, ni me acuerdo de la última vez que fui a ver a la virgen, pero sin salir de aquí llevo desde que llegué, hace cuatro meses», explicaba la mujer.

Conforme las diez mujeres iban llegando al hall del edificio para efectuar la salida comenzó el nerviosismo. Y las lágrimas. «Para ellas es muy importante. Son todas muy devotas de la virgen y están encantadas. Poder salir es muy importante para su estado emocional y eso influye también en su estado mental y físico», explica el director de esta residencia, Alberto Larraz.

Ahora hace justo un año, además, del encierro total. De marzo hasta mayo los mayores permanecieron en sus habitaciones. Después comenzaron a juntarse, poco a poco, en pequeños grupos, pero las relaciones con sus familiares seguían siendo, en la mayoría de las ocasiones, a través de una cámara. «Independientemente de su estado cognitivo rechazan esta situación. Lo entienden pero al final les estás privando de su libertad, aunque sea por su bien, pero saben que si estuvieran en sus casas no les pasaría. Pero lo cierto es que son muy fuertes. Más que resistir se adaptan. Esta gente ha vivido un montón de cosas desde que son pequeños y tienen el superpoder de la adaptación», explica Adrián Sánchez, adjunto a la dirección del centro, psicólogo y el cabecilla de la expedición que llevó a estas mayores hasta el Pilar.

La logística de la salida no fue sencilla. Para el desplazamiento se utilizaron dos taxis adaptados y el resto fue en tranvía, aunque para evitar sustos desde la residencia habían avisado a los inspectores de los trenes, que estuvieron pendientes de que estas mujeres viajaran con espacio y seguras.

«Creo que es la segunda vez en mi vida que me subo al tranvía», comentaba una de las mujeres. «Está todo igual que siempre, sí, esto es la Gran Vía», añadía mientras miraba curiosa por la ventana.

La última parada fue Murallas. Allí se bajaron las excursionistas que iban en el tranvía y fueron hacia el encuentro del resto, que estaban ya a las puertas de la basílica. «Esto me suena. ¿No es la iglesia de la que tengo la foto en mi habitación?», decía Puri, refiriéndose a la iglesia de San Juan de los Panetes.

Una vez se reunieron todas la emoción a las puertas del Pilar era palpable. «Yo no es la primera vez que salgo, que tuve que ir al banco para hacer unas gestiones», decía una mujer de 100 años para tratar de quitarle importancia al momento. Otra, de nombre María Teresa Izuel, sin embargo, no escondía su nerviosismo: «Tengo muchísimas ganas. Llevo dos años sin bajar al Pilar. Voy a pedir salud para todo el mundo y por igual», explicaba la mujer, de 84 años, que portaba el ramo para la virgen.

Mientras las mujeres rezaban, el mundo ahí fuera seguía a su marcha. Las quejas por le lentitud del proceso de vacunación han continuado. Los lamentos por la relajación o imposición de las restricciones también. Pero para un grupo de diez ancianas ayer fue su primer día normal en un año. Solo las mascarillas marcaban la diferencia. «A ver si nos las podemos quitar ya para que se nos vea la sonrisa», decían en el momento de la foto.