El tráfico legal, pero indecente, e ilegal, y por tanto delictivo, de armas es uno de los negocios más rentables del mundo. Fabricar armas produce pingües beneficios y genera puestos de trabajo, pero, en muchos casos, esas armas se utilizan para matar inocentes, masacrar poblaciones, sostener dictaduras y explotar pueblos enteros.

España es una potencia fabricando armas, sobre todo barcos y municiones, desde las ya prohibidas bombas de racimo a bombas «inteligentes». Los fabricantes de armas, un poder en la sombra que influye de modo extraordinario en la política de defensa de los países, salen a la luz de vez en cuando y se ponen cara, nombre y apellidos. Fue el caso de Pedro Morenés, que pasó de empresario de fábricas de armas a secretario de Estado de Defensa, y de presidente de la empresa de armamento Instalaza a ministro de Defensa con una facilidad pasmosa, en uno de los ejemplos de «puertas giratorias» más escandaloso e indigno que se recuerda. Morenés fue el máximo responsable de la fabricación de bombas de racimo y durante su etapa de ministro concedió 32 contratos a sus antiguas empresas. Vamos, un verdadero fenómeno del trafico de influencias.

La socialista Margarita Robles, nueva ministra de Defensa, llegó al ministerio y una de las primeras medidas que tomó fue suspender el envío de cuatro centenares de bombas a Arabia Saudí, pues, de acuerdo con las normas de venta de armas de la Unión Europea, que nadie cumple por cierto, esa munición podría estar destinada, que lo está, a masacrar a la población civil del Yemen. La decisión de Robles, ingenua ella (¿o no?), implicaba anular el contrato por cinco corbetas (barcos de guerra) que se había firmado con Arabia Saudí y que suponía llevar al paro a 6.000 personas en la bahía de Cádiz. Por cierto, ¿sabían que el tal Morenés fue director de construcciones navales del INI? Casualidad, claro.

La posible pérdida de esos empleos movilizó a los trabajado res de Navantia, la empresa constructora de las corbetas. Robles echó macha atrás y ha enviado las bombas a Arabia.

Y en este lío aparece Josep Borrell, ministro de Exteriores, e insultando a la inteligencia va y dice que estas bombas «son armas de precisión que no producen efectos colaterales» porque «van guiadas con láser y dan en el blanco con una precisión extraordinaria». Lo que calla el tal Borrell es que para la monarquía teocrática saudí uno de los últimos blancos fue una escuela infantil y que los efectos colaterales fueron setenta niños asesinados. Hipócritas.