Resulta curioso descubrir cuál es la mirada del Ebro urbano. Navegar por sus aguas para conocer la relación de su potencial natural con la modernidad de Zaragoza. Y comprender hasta qué punto es cierto el sentimiento de incomprensión del río. Porque a la ciudad le cuesta acercarse.

La Asociación Cultural Iberflumen organizó ayer la décima edición de la regata Ciudad de Zaragoza para conmemorar el Día del Ebro, en la que participó EL PERIODICO. Un recorrido de unos quince kilómetros mediante dos embarcaciones, denominadas falúas, cuyo objetivo es acercar el río y reivindicar su recuperación como espacio de naturaleza y ocio.

Un viaje privilegiado

"Este descenso ya lo han disfrutado unas 3.000 personas, pero sigue siendo insuficiente", comentaba durante la travesía Pablo Polo, presidente de Iberflumen. Lo cierto es que el privilegio que supone enrolarse en una de estas naves --tripuladas por 20 miembros cada una-- debiera de hacerse extensivo. "Nosotros estamos abiertos a cualquier colaboración. Estas bajadas las realizamos varias veces al año, y quien quiera sumarse a ellas tan sólo deber acudir a nuestro local en Vadorrey", añadió.

El viaje desde aguas arriba del puente de la autopista, en la margen izquierda, hasta las orillas de Vadorrey es todo un paseo significativo del entorno natural de Zaragoza que ve en la Expo una pronta salida a su recuperación parcial, ya que no se puede olvidar la suciedad acumulada por doquier.

"Esto es una maravilla. El ambiente de hermandad que se respira hace apetecible una jornada así", subrayaba Gerardo mientras remaba con la mirada puesta en la falúa que se vislumbraba ganadora. "Es que no parece ni que estés en Zaragoza. Esta es la segunda vez que acudo y me parece muy divertido", opinaba Guillermo.

"¡Mira, mira, que nos han quitado el apartamento de Cambrils!", se escuchaba tras pasar por una arboleda donde tomaban varios vecinos el sol. El choque contra uno de los pilares del puente, los saludos de los pescadores y tripulantes de canoas, el sonido de los trinos, el bocadillo y la sonrisa de quienes, con envidia, se asomaban a las orillas conforman un todo único que debiera de estar potenciado.