Estuvieron en el centro del horror nazi hasta que en 1945 fueron liberados. Los supervivientes de los campos de concentración volvieron a la vida cotidiana con la pesada carga de la supervivencia. Por cuestiones de edad, su testimonio personal se ha apagado, pero quedan sus entrevistas, libros y conferencias. «Los prisioneros solo éramos vivos provisionales», aseguró el altoaragonés Mariano Constante.

En sus memorias Los años rojos escribió que su lucha en Francia tras la guerra civil era «contra el mismo enemigo» que habían tenido en España. La solidaridad entre presos fue la clave en la resistencia de muchos de ellos. Algo que confirman desde la Asociación Aragonesa para la Recuperación de la Memoria Histórica (Armha). «La unión, tras tantos años de combate, permitió que se organizaran bastante bien dentro de los campos», señala su presidente, Enrique Gómez.

Constante, que visitó decenas de pueblos e institutos narrando su experiencia, también fue consciente de esta situación. «A los españoles nos temían todos en Mauthausen. Llegamos allí de los primeros y nunca perdimos la dignidad. Éramos más duros que cualquiera, peores que los peores. Murieron muchísimos pero hicimos más de lo que se podía hacer, cosas imposibles, y jamás hicimos el juego a los alemanes. El entendimiento entre nosotros fue la clave. Cada uno era el eslabón de una cadena, todos éramos una madeja. Sí, hubo un héroe en Mauthausen: el pueblo español, los republicanos españoles», dejó escrito.

La unión del los presos en el interior de los campos, junto con las memorias que se han publicado, ha permitido reconstruir con bastante solvencia lo que pasó en el interior de estos recintos para el horror. Es curiosa la historia de José Cabrero Arnal, un caricaturista de Castilsabás, en la Hoya de Huesca. Sus dibujos pornográficos le permitieron ganarse el favor de sus carceleros y ayudar a sus compañeros de penas. Poco después su personaje Pif se hizo tremendamente popular en Francia. Su peripecia vital ha inspirado la novela K. L. Reich, escrita por otro superviviente: Joaquim Amat-Piniella.

En febrero de este año murió, mientras se le preparaba un homenaje, Román Egea Garcés, nacido en Graus y uno de los últimos supervivientes de los que se tiene constancia. José Egea Pujante, afincado en Villamayor, murió en el 2010. «La experiencia de vivir en un campo de concentración no se supera nunca», aseguró en una entrevista en este periódico. Reconocía que tras ser liberado, no podía soportar ver las condiciones en las que vivían en algunos países, ni contemplar situaciones de maltrato. A esta lista se pueden sumar otros nombres como el de Jesús Tello Gómez, que había nacido en Épila y que murió en el 2013.

«Fueron gente acostumbrada a la clandestinidad que supieron generar una unión para defenderse, algo que también sucedió entre los aragoneses», indica Gómez.

Curiosa fue la historia tras la liberación de Salvador Benítez. Nacido en Valderrobles en 1917 estuvo confinado en Mauthausen y Santk Lambrecht, según los listados de la asociación Amical. Sin embargo, en los años noventa adquirió «cierta notoriedad con su aparición, en los sorteos de la lotería de Navidad, ataviado con un sombrero rojo, un traje confeccionado con cientos de botones de colores y un paraguas muy llamativo», recuerdan.