El Gobierno de España (el de Sánchez) proyecta una Transición Energética que, si se quedase en nada tras el 28-A, dejará Andorra y las cuencas aragonesas sin unas inversiones muy importantes destinadas a finalizar la reindustrialización de la reindustrialización (que ya llevamos decenios buscando alternativas al carbón sin mucho éxito). ¿Estamos seguros de que un hipotético Ejecutivo conservador mejorará esa oferta? ¿O nos encontraremos con que se limita a recomendar caza y toros, fertilidad femenina, más alguna propinita para entusiasmar a la hinchada?

Gracias sobre todo a la bronca con el secesionismo catalán, la política española ha alcanzado un grado de simplismo tan extremo como inútil. El otro día, un dirigente del PP aprovechaba el estreno de Vox en el Senado (merced a un tránsfuga de las propias filas populares) para insistir en que los de Abascal, aparte de evidenciar lo poco que les agradan los homosexuales, poco de provecho dicen y hacen. Cierto: la extrema derecha maneja unos clichés groseros que son pura retórica, y exhibe una voluntad destructiva sin aportar ningún tipo de alternativa a los problemas planteados. Pero eso habría que recordárselo al propio Casado, cada día más lanzado por la vía de la política ficción y los fake-argumentarios.

El debate político se desarrolla hoy al margen de toda mesura. Incluso en Aragón. Hace escasas semanas, Beamonte, líder del PP, se destapó con un ataque terrible e inapropiado contra el proyecto de Presupuestos Generales del PSOE (el que luego tumbaron... los secesionistas catalanes); el viernes último Lambán le replicó en diferido comparando a la derecha turolenses con una garrapata. Mientras, en el territorio de las izquierdas, Podemos hacía pinza con los conservadores en las Cortes de Aragón para jorobar a los socialistas, y estos seguían boicoteando a ZeC en el Ayuntamiento de Zaragoza.

Es un absurdo juego de paradojas y mixtificaciones. Las derechas proclaman que el Ejecutivo de Sánchez quiso darles a los catalanes el dinero que sustraía a Aragón (¿y entonces, por qué los independentistas le volvieron la espalda?), pero no se les oye ofrecer y comprometerse a nada concreto en relación con la Tierra Noble. Ni inversiones ni acciones ni un programa estratégico.

Las izquierdas, por su parte, empeñadas en zancadillearse mutuamente no acaban de asumir que ganarán o perderán juntas. Tal vez no les guste tener que entenderse, pero no les queda otro remedio. Llevan casi cuatro años (todo el mandato que ahora concluye) de codazos, maniobras y desentendimiento. Han perdido un tiempo precioso, que podían haber dedicado no solo a trazar objetivos conjuntos sino a desmontar las trampas de unas derechas cuyas pulsiones extremistas quedan muy lejos del aragonesismo bien entendido.

Y por delante, dos campañas electorales. Casi nada.