S. T. trabaja en un restaurante de Madrid y muchos días, a la hora del telediario, deja lo que está haciendo cada vez que en la televisión se habla de un nuevo caso de violencia machista. «No lo puedo evitar», dice. «Cuando una mujer muere a manos de su pareja, me acuerdo siempre de ella», explica.

Ella era Alexandra Rodica, una joven rumana de 28 años que en julio del 2016, «hace solo tres años», fue asesinada en Zaragoza a puñaladas por su expareja, Cristinel Ionel Surca, de 34, en presencia de la hija de ambos, de solo cinco años.

Los hechos ocurrieron en el portal del punto de encuentro familiar situado en la calle Conde Aranda. Tras acabar con la vida de Alexandra, Cristinel trató de quitarse la vida clavándose en la sien el arma blanca que había utlizado y quedó malherido. A finales del año pasado, fue juzgado por la Audiencia de Zaragoza y condenado a 20 años de cárcel. S. T. conocía a Alexandra a través de otra persona, tenía con ella una relación casi de parentesco, además de una gran amistad. «Muchas veces me digo a mi misma que aquello fue un mal sueño, que no ocurrió, que fue una pesadilla», afirma.

S. T. recibió confidencias de Alexandra antes de que se produjera el fatal desenlace. «Me decía que, aunque la amenazaba, creía que no sería capaz de hacerle daño, que el hecho de que tuvieran un hijo de 5 años le haría reflexionar...».

Pero sucedió lo irremediable. Un día, en el verano del 16, le llegó la noticia de la muerte violenta de su amiga y cogió el primer AVE para Zaragoza y se presentó en el hospital Miguel Servet. «Me habían dicho sus parientes que no era grave, pero cuando llegué allí los médicos nos informaron de que estaba muy mal y que la iban a desconectar», recuerda S. T. sin poder contener las lágrimas.

El niño, que ahora anda por los 8 años, camino de 9, «tira adelante y va muy bien en el colegio», dice S. T., que indica que en la actualidad el pequeño vive en Rumanía, con sus abuelos maternos. «Es increíble», dice. «Los abuelos paternos han entablado un pleito con los maternos porque consideran que no les dejan ver ni tener al niño...». El chaval va creciendo y cada vez es más consciente de lo que pasó, de la pérdida de su madre. «A cada momento, les pregunta a sus yayos por qué su padre, si quería a su madre, acabó matándola», relata S. T. Esta situación, «inexplicable para su cabeza todavía infantil», hace que requiera tratamiento psicológico.