Falta menos de una semana para que comience la Expo, y se nota. Casi cada día, los ciudadanos tienen la oportunidad de ver de cerca alguno de los proyectos terminados. Ayer, los protagonistas eran la telecabina y el puente del Tercer Milenio. Estas dos nuevas vías de comunicación atrajeron a un aluvión de visitantes ansiosos por conocer el resultado de las obras que sufren desde hace tanto tiempo.

El puente de Arenas fue un éxito de público durante todo el día. Nadie quería dejar de ver el emblema. En él, coincidían los que viven "justo al lado, en la Almozara", y "aquí mismo, en el Actur". La alegría de ver conectados los barrios era un tema recurrente entre los paseantes, que aseguraban que la espera "había merecido la pena". "Cuando circule el tráfico ya será perfecto", afirmaba Carlos Hernández en compañía de su familia. Más adelante, Miguel Orcas y Juana Romero se mostraban entusiasmados. "Es mucho mejor de lo que esperábamos", declaraban.

Ellos eran de los que se dirigían a la telecabina para completar la jornada. El teleférico de Aramón-Leitner abrió sus puertas a precio reducido de doce de la mañana a nueve de la noche, tras el éxito del ensayo del sábado. El recorrido, de ida y vuelta, no incluía aún la visita a la exposición El mundo del hielo, que sí se podrá ver durante la Expo, pero ello no desanimó a los casi 9.000 curiosos que probaron la instalación. Algunos se habían enterado casi por casualidad esa misma mañana. Otros, repetían tras la experiencia del día anterior. En el ambiente, expectación en la entrada y entusiasmo a la salida.

La fila, que se había formado ya a primera hora de la mañana, era larga pero avanzaba rápido. Manolo Muguruza aguardaba pacientemente con amigos y los niños a que llegara su turno. Su única preocupación era saber el funcionamiento de los accesos a la Almozara, "que, con las obras, cambian cada día". En el exterior, María Jesús Pascual y Sabino Ferrero contemplaban las cabinas, sin decidirse a subir. "Yo sí que me montaré", comentaba ella. Él temía al vértigo. Lo cierto es que, para muchos, la experiencia era, cuando menos, excitante. El momento de verse suspendido en el aire fue para Eduardo, de 7 años, un instante de emoción. "¡Me da miedo, va muy rápido!", exclamaba entre risas junto a su amiga Sandra, al tiempo que intentaban encontrar conocidos en los otros cubículos. Enfrente, sus madres comentaban las vistas.

Por su parte, los trabajadores del servicio se mostraban satisfechos de la respuesta. "La gente tenía muchas ganas, y salen contentos --contaban--. Además, hoy está mejor que ayer, que había viento".

Tras la visita, la inquietud se quedaba en los trabajos inacabados que se veían desde arriba y en las obras del entorno. "Nos hubiera gustado verlo terminado, pero bueno...", se oía. De lo que no hay duda es de que ya falta menos.