A las puertas del mercado provisional de Lanuza todo eran prisas el sábado por la mañana. Su última mañana después de 22 meses. Cuando dieron las 14.30 horas la persiana del edificio cerró al público para siempre (por lo menos en su localización actual), pero no para los detallistas, a los que les esperan cuatro días de «frenético» trabajo por delante para acabar la mudanza de sus puestos al ya reformado Mercado Central, que abre sus puertas el próximo jueves.

Mostrador tras mostrador, la pregunta se repetía. «¿Ya cerráis pues, no?», «¿habéis llevado todo ya?» y «habrá quedado majísimo, ¿no?», son solo algunas de las preguntas que los clientes lanzaban sin cesar a los tenderos. «Hoy cerramos», repetían constantemente los vendedores. La afluencia de gente era mayor que la de muchos sábados, pero pocos admitían que quisiesen despedirse de las instalaciones provisionales del mercado. «Necesitaba comprar cosas», decía una mujer peleándose para enderezar su carrito de la compra.

EL FIN DEL MUNDO

Desde la barra del puesto del Bar Central, la camarera, Pili, observaba. «Hay mucha más gente que otros sábados. Va todo el mundo como pollo sin cabeza, parece que se vaya a acabar el mundo. Como vamos a estar cuatro días cerrados, la gente ha venido a comprar provisiones, como si esto fuera la guerra. ¡Ni que no pudieran comprar en otros lugares!», reía tras su mostrador. Ella admitía después que entre los detallistas hay «muchas ganas de volver a la normalidad», y subrayaba otro aspecto importante: «Cuando se abra el jueves no solo se beneficiarán los de los puestos, sino también los de los comercios de alrededor, que durante este tiempo han notado mucho que no estuviera abierto el mercado».

«¿Qué tal Pilar, nerviosa?», le preguntaba una clienta a la dependienta de la floristería Jara Garden. Pilar Pradas ha sido de las últimas en llegar al Mercado Central, tanto que desde que abrió el negocio siempre ha estado en el edificio provisional. «Hay muchísimas ganas. Imagínate -comentaba muy sonriente-. El puesto en el mercado nuevo es mucho más grande, y las flores se van a lucir mucho más. Aquí las señoras me las destrozan todas cuando pasan con prisa. Esto es un poco estrecho, pero hemos estado bien». La atención al cliente y el espacio, son dos de las cuestiones que mejorarán «mucho» cuando se abran las nuevas instalaciones de una lonja «en la que hay muy buen ambiente». «Me han tratado muy bien desde el primer día», aseguraba Pradas.

La falta de espacio y la estrechez de los mostradores han sido una de las quejas más reiteradas por parte de los detallistas. «Si hay mucha gente se hace incómodo, pero bueno, esto ha cumplido su función. La gente ha puesto mucho de su parte», explicaba José María Jiménez, cuya carnicería lleva en el mercado desde principios del siglo pasado. Ayer ya apenas le quedaba género puesto que esperará a esta semana para realizar nuevos pedidos. «¿Te quedan bolas de sangre?», le preguntaba un cliente habitual. «Nada maño, ni una», respondía.

Tras una ristra de longanizas, otro tendero opinaba en la misma línea: «Va a estar muy bien, pero vamos, como dice el dicho virgencica, virgencica que me quede como estoy», espetaba refiriéndose al posible aumento de ventas en las nuevas instalaciones. «De cara a nosotros va a ser más cómodo, si la gente viene más o menos ya se verá», añadía. A él, Paco Gavín, solo le quedaba por llevar a su nuevo puesto la picadora, la báscula y la sierra, algún cacharro menos que a Martín y Maite, gerentes de una frutería. «Quedan bastantes cosas por arreglar aún, pero con el tiempo las iremos reparando. Que si hay un escalón muy bajo, que si el mostrador no está encajado… En fin, cosillas», reía ella dejando entrever su ironía.

Los clientes, por su parte, parecían casi tan ilusionados como los detallistas. «¿Que si hay ganas de ver el nuevo mercado? ¡Hombre que si las hay!», gritaba una mujer, que reparó en una cuestión en la que puede que el ayuntamiento no haya caído: «Esto en Parque Venecia estará mal. Allí hay muchos gemelos y los carritos dobles no cabrán por los pasillos». Elucubraciones aparte, todo eran buenas palabras y alegría. «Está precioso por fuera, a ver por dentro qué tal. Es un símbolo para la ciudad. Era una pena que antes estuviera tan tapado», concluía una mujer. Pues se acabó la censura. Llegó la época del destape para el Mercado Central.