José María Gracia, un indigente zaragozano de 56 años, falleció a escasos metros de la civilización sin que nadie le echara en falta. Habitaba los bajos de una frondosa higuera en la calle de Eugenia Bueso, a donde se había trasladado hace dos meses después de que unos desconocidos le quemaran el remolque que le había servido estos años de vivienda en los huertos de Cantalobos.

No mendigaba. José María tenía su propia paga de inserción, pero, afectado por el síndrome de Diógenes, vivía en medio de la inmundicia, sin aceptar las posibles ayudas sociales de las instituciones que se le ofrecieron en su día.

Los vecinos del grupo de viviendas de Escoriaza, pegado a la huerta de la higuera, no tenían quejas de su conducta. "Unicamente molestaba verle todos los días ebrio. Muchas veces se quedaba tumbado en alguna calle próxima porque no tenía fuerzas para llegar hasta la higuera", explica un joven vecino.

"En este lugar ha habido varios incendios, tres este año, y algún día va a llegar el fuego a las casas. A ello se añaden los malos olores que salen del huerto, agravados por la basura que acumulaba el mendigo, sin que el ayuntamiento se preocupe por su limpieza", añade un jubilado.

Los vecinos recuerdan que el pasado sábado se regaron las huertas y el domingo estuvo por allí una persona buscando caracoles. Pero la higuera es muy frondosa y resulta difícil ver su interior.

Sólo un perro podía descubrir el cadáver. La propietaria del animal advirtió que el indigente había muerto y alertó a la Policía. El cuerpo no presentaba signos externos de violencia y estaba rodeado por cajas de tetrabrik de vino vacías.

Tras el traslado del cadáver al Instituto de Medicina Legal para practicarle la autopsia, los agentes localizaron a un hermano del fallecido para que dispusiera qué hacer con sus restos.

En el lugar sólo quedaba ayer una colchoneta mugrienta de goma-espuma y la basura acumulada de varias semanas.