Ochenta años después, la memoria de la guerra civil sigue viva en los aragoneses que la vivieron y en sus descendientes. Pero, al mismo tiempo, su faceta material, su lado más tangible y cotidiano, desde el armamento a los uniformes, se va perdiendo a medida que pasa el tiempo.

Por eso se ha abierto un museo en Gargallo, en la comarca de Andorra-Sierra de Arcos, que muestra vestigios de arqueología bélica hallados en las trincheras y campos de batalla de esa zona de Aragón.

Se halla en un edificio reconstruido, de cuatro plantas. La última alberga el museo de la guerra propiamente dicho, mientras que en el sótano se ha reproducido un refugio antiaéreo. El resto de los pisos se dedican a la recreación de estancias tradicionales aragonesas, con su mobiliario antiguo, y albergan además utensilios de pasadas épocas, aperos de labranza y artilugios de distintos oficios.

La creación de esta exposición ha sido posible gracias a una inversión de 1,2 millones realizada por el Grupo Hotelero Gargallo, cuyo fundador, Miguel Gargallo Lázaro, nació en la pequeña localidad turolense hace 83 años.

«El Bajo Aragón fue escenario de combates durante la conocida como Ofensiva de Aragón, y de todo aquello quedaron por los campos y los montes armas, restos de proyectiles, cascos y bayonetas, entre muchas otras cosas, que están pudriéndose bajo tierra», explicó Ángel Martínez, uno de los tres coleccionistas de la asociación Frente de Aragón que han contribuido con sus hallazgos a la formación de la colección, junto a Jorge Pellicé y Óscar Ibáñez.

Esos objetos dispares están ahora guardados en vitrinas, flanqueados por maniquís que representan a un soldado de cada bando, uno nacional y otro republicano, y a una enfermera. No faltan objetos cotidianos de los soldados, como cajas de mixtos y de tabaco de picadura u oxidadas latas de comida. Otra sección se dedica a planos y documentos aportados por la Subdelegación de Gobierno de Aragón en Teruel.

El museo, que ha tardado tres años en construirse, supone la creación de dos puestos de trabajo. Pues el propósito de Miguel Gargallo es dar más vida a su pueblo, de solo un centenar de habitantes.

«El edificio estaba totalmente en ruinas y ha habido que reconstruirlo conservando lo que estaba en mejor estado, como la escalera», señaló Manuel García, el constructor de Calanda que ha hecho la obra, sobre un proyecto del arquitecto Ángel Millán.

«Hace 50 años que trabajo por Teruel y lo que me quede de vida lo seguiré dedicando a mi provincia», subrayó el fundador del Grupo Gargallo, que además de hoteles en ciudades de Aragón y Cataluña posee secaderos de jamones, granjas y tierras de cultivo y hasta una fábrica de acero inoxidable.