"Nadie nos ha informado del cierre. Pero si es cierta esa información, está claro que tendremos que buscarnos otro lugar para vivir".

Con estas palabras, José María, uno de los seis ancianos alojados en la residencia Iris de la calle San Vicente Paúl de Zaragoza, explica su difícil situación ante la futura clausura del centro, después de que la Gerencia de Urbanismo aprobara ayer solicitar al juez el permiso para proceder al cierre. Desde el consistorio se asegura que no dispone de la licencia necesaria para ejercer la actividad.

Los actuales gestores del geriátrico llevan un año al frente de un negocio por el que cobran más de 600 euros al mes a cada anciano. Durante este tiempo se han enfrentado en varias ocasiones al ayuntamiento, que el pasado 3 de febrero instó a la propietaria, M. J., a clausurar de forma inmediata la residencia. Días después, la Policía Local se personó en el piso al incumplirse el requerimiento, pero no pudo actuar por falta de autorización judicial.

"Una vez vinieron varios agentes, pero pensábamos que todo estaba arreglado. Espero que nos busquen una alternativa", añade José María.

A pesar de que en el ayuntamiento aseguran que no han recibido ninguna petición al respecto, la propietaria insiste en que ha presentado toda la documentación para mantener abierto el centro, aunque no como residencia: "Como no nos dan la licencia de geriátrico, solicitamos otra como pensión, ya que todos los alojados son personas válidas". Sin embargo, M. J. tiene que admitir posteriormente que una de las residentes padece una invalidez, después de que varios vecinos así lo certifiquen. "Sigue con nosotros porque es como de la familia", responde.

Varios vecinos afirman que tan sólo dos de los ancianos se encuentran en condiciones físicas para salir a la calle. Aunque la casa cuenta con ascensor, deben subir unas cuantas escaleras antes de llegar a él. "La mayoría de ellos son personas humildes y sin familia. Les dan bien de comer y les proporcionan medicinas, pero algunos están siempre en sus cuartos, que son pequeños y con poca luz. Evidentemente, no es como una residencia al uso", señala uno de ellos.

Mientras tanto, José María, cuya sonrisa parece haberse esfumado con el paso del tiempo, comenta mientras regresa de un breve paseo que no se siente mal en el centro: "Yo mismo compro a veces la verdura. Si comiera la mitad de lo que me dan...". Como cada día, llega solo. Mañana quizás tenga que buscar un nuevo lugar donde pasar el resto de sus días.