A primera vista, Calaceite es un pueblo como los demás. Si se atraviesa en coche, en el viaje de ida o de vuelta a la costa mediterránea, no se ve nada que llame especialmente la atención. Por eso muchas personas poco informadas pasan de largo. O, mejor dicho, pasaban. Desde que en el 2011 empezó a lucir el título de «uno de los pueblos más bonitos de España», las visitas se han disparado.

«Hay familias que llevan toda la vida pasando por aquí, camino de la playa, y se paran por primera vez para ver el casco antiguo», explica Pilar, que regenta una panadería en la localidad. «Antes venían sobre todo catalanes y ahora se dejan ver también visitantes de Madrid, del País Vasco y de otros sitios».

«El turismo se ha incrementado mucho estos últimos años», confirma José María Salsench, el alcalde. «Calculamos que más de un 300%», subraya. En su opinión, los nuevos carteles colocados en los extremos de la travesía, que pregonan el carácter excepcional de Calaceite, han hecho que los conductores aparquen junto a la N-420 y entren andando a la parte vieja.

Y, una vez dentro del pueblo, se maravillan al encontrar un conjunto bien conservado de sólidas casonas de piedra con escudos nobiliarios, grandes balcones y detalles de forja. Nada de todo eso, incluidas las capillas con soportales y la monumental portada de la iglesia, es visible desde la carretera general. De ahí que los sorprendidos turistas pregunten a qué se debe que haya tantas mansiones construidas con sillares, tan parecidas entre sí y, a la vez, con una marcada personalidad.

Malos y buenos tiempos

«En el siglo XVII, el principal producto de la zona, el aceite, era un ingrediente muy demandado y hubo familias que hicieron fortuna vendiendo sus cosechas», señala Salsench. La riqueza aceitera llegó a un abrupto final a mediados del pasado siglo, cuando una serie de heladas obligaron a emigrar a numerosas familias de agricultores.

Calaceite pasó en pocos años de 3.000 a algo más de 1.000 vecinos, la villa se vació y sus casonas entraron en un proceso de degradación del que saldrían gradualmente a partir de fines de los años 60. En aquellas fechas, un escritor suramericano, José Donoso, siguió el ejemplo de su traductor al francés y compró una de las numerosas casas en ruinas. Su acción sentó un precedente que luego sería imitado por otros novelistas, pintores y escultores que huían de las grandes ciudades y buscaban la autenticidad y tranquilidad del campo.

«Fueron ellos quienes enseñaron a los vecinos que las fachadas eran más bonitas y se conservaban mejor si se quitaba la capa de pintura que ocultaba las piedras que había debajo», dice el regidor. Además, los emigrantes que regresaban al pueblo, aunque fuera temporalmente, se unieron también a esa labor de recuperación del patrimonio.

Piedra arenisca

De esa forma, la restauración de edificios pronto surtió efecto. Y en 1973 ese esfuerzo se tradujo en la obtención del título de Bien de Interés Cultural (BIC), una distinción que colocó a Calaceite en el mapa de los municipios dignos de visitarse detenidamente.

Poco a poco, desde ese momento, el turismo fue adquiriendo peso en la economía de la localidad. No obstante, la agricultura, centrada en el cultivo de la oliva y la almendra, sigue representando el 70% de la actividad.

Ahora, casi de repente, Calaceite ha tenido que ponerse las pilas para atender a la avalancha de turistas. De momento, antes de la próxima Semana Santa se inaugurará un párking de unas 200 plazas que estará dotado de un punto de servicio para autocaravanas.

Al mismo tiempo, se hacen inversiones para mejorar el aspecto de las calles. Se han puesto nuevas papeleras y, siempre que se puede, se entierran los cables que afean la vista y se disimulan los contadores con la piedra arenisca que se utiliza para la construcción de fachadas.

Por si fuera poco, el ayuntamiento busca financiación para restaurar unas pinturas de la capilla de San Antonio, que están datadas en torno a 1700 y se hallan muy deterioradas. Todo ello con la vista puesta en hacer de Calaceite un lugar cada vez más atractivo.