Se cumplen veinte años del XIII congreso del PP en el que un aspirante a presidir España, José María Aznar, acuñó una ingeniosa estrategia: despejar a su partido de fantasmas y prejuicios del pasado y convertirlo en un gran partido del centro. Con su lema Viaje al centro, Aznar fraguó lo que unos meses después se convertiría en una incontestable victoria electoral, aglutinando un buen número de votos que, probablemente, no pertenecían al habitual espectro ideológico de los populares.

Diez años después de ese congreso, un imberbe candidato de un partido poco conocido más allá de Cataluña, Albert Rivera, se erigía en el centro político, autoproclamándose incluso heredero de Adolfo Suárez. «Ni rojos ni azules», ha sido uno de los eslóganes que repite hasta la saciedad. O repetía, antes de que en pleno 2018 nadie quiera asumir ese centro político que en el pasado dio tantos réditos electorales a quien se lo apropiaba. Hoy, el PP y Ciudadanos compiten por un electorado de derechas que también ha radicalizado su posición y, por tanto, necesita mensajes más contundentes por parte de ambos partidos.

Igual sucede con un PSOE que ha abandonado el centro para adoptar un discurso aparentemente más de izquierdas, amenazado como está --y así se demostró con la pérdida de cinco millones de votos hace tres años-- por Podemos y las confluencias. Por ello, el PSOE de Pedro Sánchez ha dado un paso a la izquierda en determinados asuntos, si bien en otros sigue aplicando propuestas moderadas o menos ptrogresistas que desencantan a su electorado.

Nadie quiere el centro en un país que sociológicamente se considera de centro pero que en los últimos meses se ha radicalizado. La crisis económica y la territorial propiciaron la irrupción de dos nuevos partidos que quieren captar votos en el mismo caladero que los dos tradicionales. Y lo han conseguido, sin duda. Algo que preocupa a los dos partidos que tradicionalmente han sido hegemónicos en la democracia española y que están sufriendo la crisis que en toda Europa sufre la socialdemocracia y también el liberalismo. Por tanto «recuperar la identidad y ser lo que somos», es una de las frases más oídas entre los distintos perfiles renovadores de ambos partidos clásicos. La frase de Casado de que el PP tiene que ser «todo lo que está a la derecha del PSOE» ha sido bien acogida por sus dirigentes, incluidos los aragoneses, que comparten este aforismo. De hecho, las posiciones ideológicas de Casado, que durante la campaña ha empleado frases llamativas como «somos la España que madruga» o hay que conectar «con la España de las banderas en los balcones» se han contrapuesto continuamente con posiciones más moderadas que, en teoría, se atribuyen a Soraya Sáenz de Santamaría, «la candidata de la gente de izquierdas», según la han definido muchos dirigentes populares. De hecho, se le achaca a la exvicepresidenta haber «desdibujado» el proyecto popular, para dejarlo en un partido «indefinido», y le han acusado de una moderación que, a tenor de algunas declaraciones hechas por Casado en el pasado, este no comparte. Los populares están convencidos de que tan solo una vuelta a un discurso tradicional, basado en la familia y la unidad de España, le permitirá recuperar votos de un electorado «desconcertado» en los últimos años. Con la nueva dirección están convencidos de que acabarán con una hipotética fuga de votos hacia Ciudadanos e incluso Vox, partido que podía hacer daño entre el electorado más conservador de las grandes circunscripciones electorales y las grandes ciudades.

Ese centro que reclamó y se autoapropió Rivera también lo ha perdido últimamente su partido, con posiciones claramente situadas en la derecha tradicional. En sentido contrario, el PSOE --que en lo sustancial no ha hecho ningún cambio revolucionario-- también pretende lanzar guiños a su electorado de izquierdas, si bien abre la puerta a otros espacios.