El problema de las estaciones de esquí aragonesas es muy simple: donde caben cien personas tal vez sea posible meter a ciento cincuenta; pero no hay forma humana de encajar a quinientas. Precisamente por ello se inventaron esos carteles que pone completo . Me lo han dicho muchas veces en hoteles, restaurantes, museos y cuevas rupestres: "Lo siento, pero estamos completos". Oído lo cual te vas a otro lado; cabreado, pero te vas.

El segundo problema de la nieve en Aragón es que cuando una punta extrema en la demanda colapsa las estaciones (una media docena de días al año), en lugar de abrirse una reflexión sobre la necesidad de ordenar el negocio de otra manera, se disparan las expectativas sobre nuevos accesos, variantes y urbanizaciones, sobre la ampliación del dominio esquiable y de los aparcamientos a pie de pista, sobre cómo hacer más remontes, cañones de nieve y otras instalaciones... y cómo pagar estos gastos con dinero público. O sea, si no quieres taza, taza y media.

Pero el gran, grandísimo problema de este asunto es que entre todos hemos convertido el turismo de invierno en un de los nuevos y demenciados mitos del Aragón moderno. Así ha surgido Aramón, ente megapoderoso en el que no se sabe si la DGA acompaña a Ibercaja o viceversa, pero cuya capacidad para sentar cátedra e imponer criterios es abrumadora (Con Aramón no hay quien pueda, dicen acongojados los ecologistas). Y así ha llegado a ocurrir que las estaciones se creen con derecho a todo y ni controlan el acceso de sus clientes a las pistas, ni ponen un tope a la venta de forfaits , ni intentan evitar la ocasional sobreocupación, ni nada de nada. Por supuesto, de medio ambiente y de racionalidad no se puede ya ni hablar. En cuanto a la Ley del Pirineo, sigue siendo una promesa incumplida.

Cuando yo era niño, la alta montaña era un lugar maravilloso. Ahora la quieren convertir en un parque temático urbanizable. Ese es el problema.