El día de San Valero comienza casi como cualquier otro en la Hermandad del Refugio en Zaragoza, pero desde la institución se intenta que sea un día especial cuidando los pequeños detalles. Un menú esmerado, el postre tradicional y una sorpresa para los usuarios. En un año marcado por los confinamientos y la crudeza del coronavirus, el Refugio ha sido más hogar que nunca.

«Intentamos que sea un día distinto, con un menú especial, con el postre típico gracias a EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, al Ayuntamiento de Zaragoza y a Frutos Secos El Rincón, y obsequiamos a nuestros usuarios con una colonia para celebrar San Valero de una manera especial», explica Ernesto Millán, gerente de la institución. Las restricciones de la pandemia imposibilitan ir más allá.

Eduardo Aliacar está al frente de los fogones. De blanco impoluto ultima un salmón al horno con patata asada, que será el segundo plato. De primero, coliflor gratinada. Para el postre no hubo dudas a la hora de confeccionar el menú. «Hoy ha tocado salmón salvaje que he preparado yo con un poco de sal y un poco de eneldo. Pero se come muy bien todos los días, con productos frescos y de calidad», resume el cocinero. Una olla de grandes dimensiones, una larga mesa para emplatar y buen oficio para tenerlo listo todo a las 13.30 horas.

Carolina Castellón, Jon González y Antonio Rivera son, a la vez, usuarios de la Hermandad del Refugio y voluntarios del servicio de comedor. Se encargan de poner la mesa, servir los platos, y después, retirarlos y recoger desde el desayuno hasta la cena.

Carolina es de Nicaragua y lleva en el Refugio desde el 17 de febrero. Cuando llegó a España descubrió que quienes le prometieron trabajo no cumplieron su palabra. Y el centro ha sido su casa durante toda la pandemia. «Los tres meses sin salir fueron un poco estresantes y duros, pero todo va bien si se sabe llevar. Colaboramos con el comedor con mucho gusto», explica. Jon González, natural del País Vasco, llegó a finales de octubre. «Estamos bien aquí, casi es como un hotel, pero con reglas y horarios», afirma.

El ilerdense Antonio Rivera accedió al Refugio en noviembre. Trabajador de la hostelería, lleva todos estos meses sin trabajo y sin cobrar el erte. «Estaba en un piso de alquiler, pero al final se acaban los recursos y tienes que buscarte otros medios», explica. Aunque el Refugio es como su casa, la pandemia también ha cambiado las relaciones. «Hay gente que viene y va, y por eso intentamos mantener las distancias para evitar contagios», asegura. Y por difícil que sea la situación, mira al futuro con esperanza: «Esperaremos a que se arreglen las cosas y todo mejore». Un refugio, a la espera de una segunda oportunidad.